De las antiguas escuelas que lo enseñaban como el oficio del herrero, de los másteres que se ofertan como oportunidades de segunda mano, y de los de los inmensos bares multiuso que además tenían facultad, hemos salido los seres humanos más deshonestos de la tierra. Entonces, no es de extrañar. Así nos han parido al mundo y así somos los periodistas. No tendremos remedio y no nos cambiarán. Unos impresentables que tienen el vicio de ver cosas y querer contarlas. De sentir curiosidad por saber más allá de lo que se sirve de primera mano, y tratar de buscarle explicaciones. De darle a la gente hechos y motivos para que se forme su opinión. Menuda insufrible tropa…
No podría detallar cuántos periodistas hay en España, sólo me consta el dato de que entre 1976 y 2013 se licenciaron 81.000. Pero habría que añadir a todos los que nunca se han licenciado. Y no sé cuántos periodistas hay en el mundo, pero el año pasado han muerto 156. Físicamente. Porque, figuradamente, al periodista le matan todos los días y de todas las maneras. En las cámaras ignífugas del poder, en los antros incendiarios de las tertulias de bar, y en su propia casa. No hacen más que difundir mentiras, tienen la culpa de todo lo que va mal -sea la política o el fútbol- y sus jefes piensan que cualquier otro podría hacer su trabajo cobrando menos, o nada, si es posible y demuestra tener “sincera vocación”.
Somos tan deshonestos los periodistas que aceptamos lo que en otras profesiones sería inconcebible y ni se atreverían siquiera a insinuarlo. Alguna vez, todos, hemos trabajado por amor al arte, que esta profesión muchas veces lo es, y tantos escritores, poetas y filósofos la ejercieron. Y hemos adoptado, antes de que se generalizara en muchos otros servicios y negocios, la modalidad del pago por uso. Eso que cada vez se pone más en práctica y algún día, quizás, hasta también lo veamos en el recibo de la luz. Bueno, a nosotros nos usan, y luego, unas veces nos pagan y otras no. Otras muchas nos quieren no usar, sino utilizar. Pero no se preocupen, que los desleales, gañanes y vendidos somos los indecentes plumillas.
El periodismo es hoy de las profesiones peores vistas por la sociedad, y sin embargo, casi todo el mundo presume de haber sido periodista alguna vez. Raro es el que no se jacta de haberlo cultivado en el colegio, en la Universidad, en la escuela de ingenieros, en su pueblo o en su parroquia. Ese ese oficio que a nadie le puedes contar en qué consiste, porque naturalmente lo saben mejor que tú. A ver, no dejaría de tener su sentido y su razonamiento. Porque el periodismo nació, en algún momento de la prehistoria, cuando alguien vio o supo una cosa y estaba deseando contársela a otro. Así que todos podríamos serlo en potencia. La diferencia está, aparte de las técnicas y culturas que le inculquen a uno, en que no todos saben verlo igual, y mucho menos contarlo. Pero ¿a quién vamos nosotros, pobres, a convencer con un argumento tan puramente simple como la verdad?
Eso sí, el chollo de existencia que hayamos podido tener, privilegiados colegas míos, se nos va a terminar. Ya nos lo han advertido, tendremos que “rendir cuentas” porque el pueblo “se merece algo mejor” (el estadounidense en este caso, pero es previsible que el axioma se haga extensible a otros pueblos). Ya se ve que no hemos dado palo al agua, nos lo hemos llevado crudo y hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y hasta hemos hecho preguntas en las ruedas de prensa, habrase visto mayor desfachatez. Ahora nos vamos a enterar de lo que vale un peine, porque quizás sea lo único ya que nos dé para comprar. A cambio, nuestra labor profesional va a adquirir un nuevo e inusitado valor. ¿Os acordáis de los ejercicios de dictado que hacíamos en el colegio? Pues bueno, así es: dictan los poderes, los elegidos, las marcas y los consejos de administración. Despacito, buena letra… y ¡ay! de las faltas de ortografía.
Hoy es el patrón de los periodistas, si es que todavía nos merecemos disponer de estos lujos. No debe ser este San Francisco de Sales de los mejor instalados en el escalafón de los santos, como se puede deducir por el patronazgo que le ha correspondido. En fin, encomiéndese cada uno a quien o a lo que crea más propio. Pero ni son ni vienen buenos tiempos para esta humanidad tan deshonesta que somos. Y sólo nos queda una alternativa: dar, más que nunca, lo mejor de nosotros.
Claro, cuando hablamos de periodistas, abarcamos muchas especies de seres, a cuáles más canallas: reporteros, de mesa, fotoperiodistas, cámaras, montadores, contratados, autónomos, a pie de calle, en la comunicación de empresa… y luego están esos otros -no los podemos obviar- que alardean de engrandecer la profesión, que por lo general adoran y sirven a sus señores feudales y que no dudan en faltar, insultar, machacar al que se sale del pensamiento dirigido al que están entregados. Que no respetan ni la condición ni la creencia y ni siquiera el duelo o el dolor de los no consideran semejantes. De esos también sería el patrón hoy, solo que ellos ya tienen y se jactan de los suyos. Como teníamos que incluirlos, vamos a decir que estos, además de deshonestos, serían… extra contables.
Y que a todos nos pillen confesados… o con la muda limpia y el artículo hecho.