No se lo pidan a los Reyes, este coche no cabe ni en la carta a Baltasar, que dicen que es el que más recibe porque es el más generoso de todos y el que tiene más corazón. Siéntanse agradecidos de haberse encontrado uno por la calle. Y mucho más de haberle podido fotografiar, sin molestar a sus ocupantes -porque no estaban- y esquivando a todos esos viandantes entusiasmados por la novedad, que no solo querían plasmarlo, sino inmortalizarse con él. De haber conseguido, además, que todas las caras alrededor salgan difuminadas, sin necesidad de retocar nada.
Este coche rojo no podría ser un símbolo de Madrid, tampoco la puerta a la que lo han aparcado, aunque se trate de uno de los hoteles más emblemáticos de la ciudad. Trabajando por peanuts, como cada vez más gente hace por aquí, si es que trabaja, no se puede a aspirar a estas cosas. Y los Reyes Magos, ya digo, se harán los suecos más que de Oriente. Hacerse famoso tampoco está al alcance de cualquier talento, a veces ni del talento. Así que a la mayoría nos queda toparnos con él, ahí parado, una insospechada tarde de Año Nuevo. Y ya será un gran acontecimiento.
De su conductor nada se sabe, ni de la multa que deberían haberle impuesto. Se supone que se trataba de un mero reclamo publicitario, parte de alguna campaña de marketing. Pero apetece más pensar, siendo gratis -lo de pensar, digo- que lo dejó ahí un potentado, posiblemente una estrella del rock todavía viva, mientras entraba a preguntar si tenían una suite para él y para quien le quisiera acompañar esa noche. Alguien a quien cantarle Baby you can drive my car, Yes I’m gonna be a star… Mañana ya sería otra canción, otro hotel, seguramente otro coche.
Esa probable celebridad de la música posiblemente una vez le dedicó un blues a cierto cochecito rojo. En el que viajó, en el que disfrutó y quizás amó, hasta podría recitar ahora la matrícula. Y ahora, cuando escucha los cilindros de este -la mejor sinfonía que Von Karajan aseguraba haber escuchado jamás-, se acuerda de aquellos fatigosos pero ilusionados días, con sus paseos y sus fugas. Claro, aquel se podía aparcar en cualquier reducto, y nadie se acercaba a cotillear ni a sobarle el chasis. Ahora sabe que, si no hay alojamiento disponible en el Palace, ya lo habrá en el Ritz o en el Villarreal. Pero por entonces, como reza también la canción, a falta de coche, tenía un conductor. Y ya era un comienzo…
Dicen que hay organizaciones que son un Ferrari, pero el volante es como el de los coches de choque de las ferias. También a algunas personas les pasa -o nos pasa- algo parecido. El caso es que no es lo mismo la potencia que el potencial. Aquí, a la puerta del hotel en cuyo bar Lorca se gastó sus monedillas de agua, se montó una reunión de potenciales, en torno a una sin duda potente visión.
Baby you can drive my car, And maybe I love you. Beep beep’m beep beep yeah