Don Juan Cristiano

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Si buscáramos al don Juan Tenorio de la Liga española, sin duda lo encontraríamos en Cristiano Ronaldo. Si ampliáramos la búsqueda al fútbol mundial, posiblemente completaríamos el plantel de donjuanes con un Mourinho, pero últimamente parece más burlado que burlador. Tal vez un Ibrahimovic, quizás un Diego Costa… Pero el donjuán por excelencia siempre será Cristiano. Orgulloso, altanero, seductor y retador.

“¡Cuan gritan esos malditos! Pero, ¡mal rayo me parta, si en concluyendo el partido, no pagan caros sus gritos!”, parece mascullar cada vez que sale a un campo rival. O cuando no le pasan un balón. A Cristiano, la vida y el deporte le han tratado de maravilla. No hay que negarle que él se lo ha trabajado. En lo estrictamente deportivo, nunca ha dejado de ser un formidable profesional. Aprovechó y sacó partido de los dones que el dios fútbol le dio: potencia, remate, un físico envidiable… Pero no le dio todos. Aun así, ha sido capaz de aglutinar prestigio, fama y reconocimientos individuales como pocos. Incluso más que otros mejores que él o que ganaron más con sus equipos y selecciones.

Pero a él no le basta. Lo quiere todo, que le reconozcan, que le admiren y que le adoren. Y por supuesto, que le den todos los premios. Si alguien insinúa que otro, Messi por ejemplo, es mejor futbolista, inevitablemente se ofende. Si vitorean a un compañero, BaleMorata por ejemplo, pone morros. “Por donde quiera que fui, las áreas atropellé, al portero escarnecí, a los defensas burlé y a las mujeres encandilé”, espeta con la mirada a los jugadores del otro equipo, a la prensa cuando le aborda después de un día simplemente regular, y seguramente a algunos compañeros en el vestuario. Más de uno estará ya hartito de su divismo, y de tener que pasarle la pelota aunque esté bien marcado, y hacer la vista gorda a otro que viene solo por la otra banda. Pero no dicen nada, no se vayan a molestar. Él y sus dioses protectores.

El Real Madrid pagó 94 millones por Cristiano Ronaldo en 2009. Siete años después, siguen ofreciendo sumas parecidas de dinero por él. En ese tiempo, el club ha vendido camisetas del astro portugués para parar varios trenes, ha obtenido ingentes ingresos por los derechos de imagen -todas esas campañas publicitarias- y el Bernabéu le ha visto meter goles, batir records, recibir premios. Más éxitos individuales que títulos colectivos, eso sí, pero las dos últimas champions arreglan bastante el historial. Alguien podría pensar que es el momento de aceptar una de esas ofertas, sobradamente amortizada como está la inversión y observando que el tiempo no perdona y que el mejor Cristiano no va a volver. Pero por más que clamen al cielo, no les van a oír. “Mas, si sus puertas me cierra, de mis pasos en el Bernabéu responda el presidente, no yo”, parece decir.

Luego están los zorrillas, tirsos y zamoras de la prensa deportiva, que se afanan en ensalzar su figura y en contar sus hazañas, en muchos casos -no diré que en todos- bien secundados por las multinacionales de imagen y los holdings de representantes. Si la espada se le dobla y la pólvora se le moja, “algo le pasa y hay que recuperarle porque le necesitamos”. Si marcó el quinto penalti de la tanda, “Cristiano le da al Madrid la undécima”. Cada vez que marca más de un gol, como el pasado sábado contra el Alavés -o cuando le hizo cuatro a Andorra– se extienden monográficos sobre sus estadísticas, sus records, y se plasma su grandeza. Mientras sus equipos no ganaron títulos, él sumó records y premios individuales. Pero cuando el Madrid conquista la Champions y Portugal la Eurocopa, para él se reclama el Balón de Oro, olvidando que otros compañeros quizás aportaron más que él. O, simplemente, que en 2016 ha habido futbolistas que han rendido mejor que él. Pero es lo que tiene ser un don Juan.

Memoria amarga no va a dejar de él, eso no. Cuando se vaya -que “largo me lo fiais” con la ampliación de contrato que se va a anunciar en los próximos días-, el madridismo recordará sus incontables goles y golazos, sus galopadas irresistibles en sus buenos años, sus exhibiciones de torso. Su instinto ganador, su carácter y sus poses. Pero nos equivocaremos si le subimos a palacios y claustros que no son los suyos. Pasó un gran futbolista y dejará excelente memoria. Pero no el mejor.

Y como buen don Juan, a nadie deja indiferente. Por eso, quien no sea devoto del personaje y lea este artículo, me dirá que no soy un palmero madridista más. Quien en cambio sea apasionado cristianista, que mal rayo me parta.

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