Yo no sé, no soy quién para juzgar con propiedad, si Bob Dylan se merece el Premio Nobel de Literatura más que Murakami, DeLillo, Marías y otros escritores optaban este y optan todos los años. No puedo, no voy a dictaminar si se le puede considerar escritor, si para serlo hay que tener libros publicados, si es un poeta que hace música o un músico cuyas letras son inmensos poemas que han cambiado el mundo. Sólo puedo decir que para mí es un grande entre los grandes, y me congratulo de todo lo que le den.
Por descontado, hay muchos menos nobeles que grandes escritores, menos oscars que extraordinarios actores y directores de cine, menos medallas olímpicas que formidables deportistas, menos grammies que exitosos cantantes y compositores -por cierto, ¿por qué no existe un premio universal a la música, o un premio general a las artes, y así a lo mejor nos evitábamos polémicas? El caso es que muchos fenómenos de este mundo se han ido y se irán de él sin ese premio emblemático que parece que diera sentido a su carrera. ¿Y ello impide que les reconozcamos y los recordemos como lo enormes que fueron? Vamos a dejarnos de etiquetas y de ganadores o perdedores. Cada uno, aunque no sea una academia, concede sus premios. Que son leer, ver, escuchar… disfrutarlo y contarles a otros lo buenísimo que es.
Nunca podré presumir de experto en Dylan. Realmente de estos no hay tantos, por mucho que presuman, porque su figura es muy difícil de abarcar, tiene muchas dimensiones, aristas, claroscuros y más vertientes que puntos cardinales. Habrá quien sepa analizar, desentrañar épocas o corrientes internas, que tuvo muchas. Y quien prefiera, porque no le da más, quedarse con sus canciones. Con las más señaladas o con las que les marcaron. Porque, eso sí, veo difícil que exista nadie a quien alguna de ellas no le haya llegado al corazón. Si eso había que reconocérselo, bien está cualquier premio, a falta de otros.
Tampoco hace falta adentrarse mucho, en él y en su carrera, para ser conscientes de su influencia. Desde el gran planeta del rock a los satélites de pop, llegando a toda esa constelación de los que llamamos o se hacen llamar cantautores. ¿Hubieran existido en los sesenta y setenta y existirían hoy? Posiblemente sí, pero quizás, o seguro, no serían lo mismo. ¿Es eso música o es literatura? En realidad, ¿no da igual lo que sea? Creación, mensaje… Arte al fin y al cabo. Y sea una academia sueca o un señor que busca un disco raro suyo en viejas tiendas de milagros discográficos, todo lo que se le tenga en cuenta es poco.
Para mí no necesitaba Bob Dylan ni el Nobel ni ninguna otra grandilocuente distinción, y no es hoy más que ayer porque se lo hayan concedido. Para mí es el mismo de siempre, el que me cautivó con Desire, con Hurricane, y aún no sabía todo lo que había detrás. No había hecho más que conocer una pieza, ni siquiera toda la parte visible de ese iceberg, pero ya me lo quedé para siempre. Ahí está su obra, y nada va a cambiar por esto. Pero posiblemente la noticia de ayer hará que mucha más gente repare en él y sea consciente de lo que ha significado en la música, en la literatura, en el pensamiento… en la vida. Y me alegro.
Nobel o no, Bob Dylan va estar siempre ahí por y para muchas generaciones. El verdadero premio es él… para nosotros.
Pues a modo de premio, aquí os dejo esta, de las modernas Most of the Time, Bob Dylan