Hay mentalidades de a largo plazo y otras de a corto. Quien se apunta al gimnasio en septiembre y se emplea con intensa dedicación durante las primeras semanas, pero en octubre ya va dos veces y en noviembre ninguna. Quienes formulamos todos esos bienintencionados propósitos de inicios de año, y en seguida perdemos gas. Luego están, por el contrario, los que son constantes, metódicos, realistas consigo mismos. Se aplican un ritmo, el que ellos saben que pueden mantener, y en efecto lo mantienen hasta el final y con todas las consecuencias.
El Real Madrid de hoy es de estos que se apuntan afanosamente al gimnasio o a estudiar inglés. No es un corredor de fondo. Por más que temporada tras temporada prometan sus jugadores y su entrenador que la Liga es el objetivo, por mucho que la prensa que sigue su día a día proclame un compromiso y hasta una conjura, no son capaces de sostener el pulso. La regularidad no es su virtud. Este Madrid ha ganado una liga de las últimas ocho. Esta temporada era sí que sí, y las primeras jornadas así lo daban a entender. Pero en dos partidos flojos, en dos empates tontos, ya ha dejado escapar la primera ventaja que había alcanzado, ya tiene a Barça y Atleti en la chepa, y eso después de haberse enfrentado entre sí. Es superior a sus fuerzas y hasta a sus deseos. No tiene la fuerza de voluntad de los estudiosos, de los abnegados, de los que se aferran a objetivos que no se consiguen en un día inspirado.
Es justamente lo contrario de lo que fue el Real Madrid de otros tiempos. Si es el club que ha conseguido más ligas que nadie era justamente por eso, porque ganaba los partidos que había que ganar, fallaba los justos, y luego podía permitirse perder un clásico o un derby. Al final sumaba más puntos que nadie. Ahora, en cambio, le cuesta motivarse para los partidos “laborables”, que son los que al final dan el título liguero. Están solo para los partidos de fiesta grande. La única liga de estos últimos años la ganaron con Mourinho porque a esa sí se aplicaron. Pero las otras dos con el “especial” entrenador luso prácticamente ni las disputaron. Los dos años de Ancelotti la tuvieron al alcance, bien encaminadas en varias fases, dependiendo sólo de sí mismos… y por unas razones o por otras no fueron capaces de mantener la tensión competitiva.
El Real Madrid de estos tiempos de florentinato es un velocista. Tiene más de elegante guepardo que de lobo sufrido y tenaz. Jugándose el bacalao a un partido o a una eliminatoria, da lo mejor de sí. Por eso ha ganado dos Copas y dos Champions en esta década. Si la carrera se prolonga, si ve que no va a cazar la presa a la primera, pierde fuelle. O más bien pierde el interés. Claro, el problema de los velocistas es que se la juegan en un plazo muy corto, sin margen al error. Una mala salida, un tropezón -o si el rival es una milésima más rápido ese día- pueden echar por tierra la carrera y el título. Con todo, sus jugadores, consciente o inconscientemente, prefieren esos desafíos de pierde y paga. Y sus entrenadores no consiguen cambiarles la mentalidad. Consta que Zidane está intentando forjar un Madrid liguero. Pero es muy difícil ya a estas alturas con unos tipos -un Cristiano, un Sergio Ramos o un Bale– que se han acostumbrado a vivir así. Y que piensan que no les ha ido tan mal.