Comunicar un fracaso: cuando rectificar es de tontos

Comunicar un fracaso

¿Por qué nadie hoy asume con naturalidad un fracaso? Los que buscamos los entresijos o las líneas torcidas de lo que se lee en la prensa o se escucha en los medios audiovisuales, asistimos a esta tendencia. En la política no es tal, sino práctica sistemática y ancestral, pero cada vez se manifiesta más en otros escenarios de la vida pública que usaban ser más propensos a la reflexión. Se niega la mayor y ya está.

Será táctica recomendada por los directores o asesores de Comunicación, o será la propia soberbia del personaje o de la entidad en cuestión. El caso es que nadie –político, empresario, intelectual, artista, deportista…- reconoce un error. Desde el alto cargo cuya gestión en un determinado ámbito ha resultado un desastre hasta el responsable de un club o federación deportiva que ha cosechado unos pésimos resultados, pasando por la presentadora de un programa de televisión que ha sido retirado de la parrilla tras la primera emisión. “No me lo tomo con un fracaso”, asegura esta última. Es que nadie se lo toma. Incluso hay quien saca pecho, en una especie de huida hacia adelante. Entonces lo que debiera ser un posicionamiento honesto ante una situación o hecho desfavorable –que muchas veces es el que otorga mayor credibilidad– se convierte en una postura –o impostura habría que decir- ciertamente artificial. Incluso podríamos decir que cínica.

Parece como si en nuestra actual cultura social se impusiera el supuesto de infalibilidad. El que triunfa nunca se equivoca, nunca falla, nunca cae en un renuncio. Reconocer lo contrario sería un fatal síntoma de debilidad. Y este mundo es de los fuertes. Rectificar era de sabios, pero ahora parece que es de tontos. Es posible que la descarnada competitividad fuerce a las empresas, a las instituciones y a las personalidades a mostrarse indefectiblemente con la cabeza alta, sin un vestigio de aflicción, siquiera de duda. Se tiende quizás a pensar –y en esto posiblemente sí tendrían que ver mucho los asesores- que hay que manejar la percepción. Si se sabe íntimamente que ha habido un fallo pero no se admite públicamente, se puede relativizar el mismo y conseguir que la audiencia –sobre todo la adicta o fiel- se aferre a esa explicación o justificación. Echará entonces las culpas a los elementos, a malentendidos, a manipulaciones de la competencia o a cualquier empedrado que se encuentre a mano.

Lo que pasa es que la realidad es a veces muy difícil de ocultar o disimular. Por mucho que haya –y ya es triste- grupos o legiones de seguidores dispuestos a creer ciegamente, siempre habrá más o menos gente que abre los ojos y ve. Que sabe juzgar si una obra es mala, si un intento es fallido o si una decisión ha sido demencial. Y que piensa que negar la evidencia es ridículo. Quien comunique y quien asesore debería tal vez pensar más en estos, que son los que van a tener una opinión más cualificada y los que de verdad harán ganar o perder puntos en cualquier supuesto índice de credibilidad, reputación o respeto. Los otros, al fin y al cabo, asumirán lo que se les dé. Pero al público que de verdad tiene criterio le reconfortará leer o escuchar declaraciones como: “Puse toda mi ilusión en este proyecto pero no siempre las cosas salen como uno sale, aprenderé de los errores y lo intentaré con más ganas la próxima vez”; “Creímos que era la mejor decisión, pero los hechos han demostrado que nos equivocamos y ya estamos trabajando para retomar la vía correcta”; “No estoy jugando bien, pero sigo entrenando para volver a mi mejor nivel”. ¿Debilidad? No, fortaleza para hacer frente a la situación, humildad para reconocer que la vida es siempre aprender, e ilusión para alcanzar el éxito la próxima vez. Éxito que, cuando llegue o vuelva, sin duda se valorará más.

Nadie está libre de un mal paso, de un mal día… en definitiva, de una crisis. A todos nos vienen a la cabeza nombres, ¿verdad?. De los que lo gestionan y lo comunican con honestidad y de los que lo hacen de esa otra forma. Pero sin necesidad de contarlos, ya os aseguro que estos otros son hoy inmensa mayoría. A sostenella y no enmendalla.

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