Es verdad que a veces quiero decir tantas cosas que no me caben en un post de estos. Te das un paseo por los titulares de la prensa: la política, la económica, la deportiva… ¿Se escribe lo que la gente quiere leer? No, se escribe lo que se quiere que la gente lea.
¿Quién está detrás de un medio de comunicación? Muchos propietarios, inversores y conglomerados empresariales pero, al final, casi siempre un banco o entidad similar. Y no es solo ahora ni una idea que me invento, eso ya de pequeño se lo escuché en persona a un joven Ramon Pi, cuando asumió la dirección del extinto diario Ya. Calculen los años que hace de esto (1). Por ese motivo y otros, difícilmente leeremos o escucharemos, en los medios de mayor difusión y más dependientes de sus cuentas de resultados, que habría que tomar medidas que no sean las que satisfagan al poder financiero. Por ejemplo, ajustes y más ajustes. Sacrificios y más sacrificios para la gente normal de a pie. Y si un gobierno incrementa el gasto social, eso es despilfarro. Pero si lo reduce drásticamente y sin embargo se incrementa el déficit público, es que está bien hecho pero hacen falta más reformas estructurales. Que al final, siempre recaen sobre los mismos y nunca sobre los otros.
Pero es lo que se pretende que la gente sepa. Y de tanto repetírselo, muchos se lo aprenden como un mantra. Hasta el punto de no reparar en si lo que defienden –porque leen- les beneficia realmente o más bien les perjudica. Y si llegan a ser conscientes de lo segundo, ya les tienen bien educados en que piensen que lo otro sería indudablemente peor. Hay organizaciones –políticas, económicas, deportivas…- que saben ejecutar esta práctica con sistemática precisión. Si el panorama en cuestión parece de color entre fucsia y carmesí, la voz oficial designada dice bien alto y claro: es blanco. Y el coro repite: blanco, blanco, blanco… y el eco se extiende: es evidentemente blanco y ya no hay posibilidad de que sea de otro color. Si a algún irreverente se le ocurre esbozar que a él le sigue pareciendo que es más bien tirando a rosa, ya le acusarán de daltónico, le ridiculizarán o le tacharán de malintencionado, reaccionario… o que es un “triste”.
Pero pasa en todos los órdenes de la actualidad. Si una entidad deportiva, o incluso un poderoso agente, mantiene una fuerte ascendencia o influencia sobre un diario deportivo –que se puede ejercer de diversas formas-, ya se preocuparan sus editores de que leamos el partido que interesa y no el que hemos visto, que la figura, el adalid, el héroe… sea el que está establecido que sea y no el que al espectador ecuánime buenamente le ha parecido. Así, leemos que fulano le dio la Champions a tal equipo, o le metió en la final… Pero es que vamos a otro periódico y nos repiten lo mismo. Y de diez que lo vieron por televisión, sólo uno, pobre, sigue pensando que ese futbolista no hizo tanto, que hubo otro mejor o más decisivo, o que ese equipo en cuestión no arrasó como nos pretenden hacer ver. Pero resulta que los otros nueve ya han cambiado de opinión una vez leídos los manuales de conducta. Ah sí, hablamos de fútbol. Podría tratarse de un concierto, de una película o de la última novela de tal escritor. Siempre saldrá uno –o muchos- empeñados –e interesados- en contárnoslo “como debe ser”. Primero vemos, luego intentamos comprender, y finalmente nos “pasan por la prensa”.
La voz cantante es en efecto la que marca el paso, y si al cantante de profesión le afean y le reprochan que haya insultado y vejado groseramente a una persona que simplemente había expresado una opinión legítima, esgrime el personaje que a quien le están coartando la libertad de expresión es a él. En principio, sólo a la vista de los hechos, nos parecerá ridículo y pensaremos que se hombre tiene más cara que espalda y lengua. Pero ya saldrán los coros y los amplificadores a justificarle, luego a darle la razón, primero en el fondo y luego en todo. Se extenderá la corriente, calará el mensaje entre la masa adicta. Y entonces la indecente será la insultada, y desaprensivos todos los que han osado defenderla.
Evidentemente, esta prensa no es la que hacen los periodistas, o la que harían si pudieran. Es la que fabrican los dueños del cubilete. Que tiran los dados, consiguen que salga lo que ellos quieren y los demás asienten y creen. Creían informarse, y sistemáticamente les “pasan por la prensa”. Miren los titulares…
En fin, que quería contar muchas cosas hoy.
(1) Y nunca supo ese director que fue precisamente al que escribe, al mismo que le preguntó en aquella charla en un colegio mayor, al que censuró meses después un reportaje sobre Culturismo porque al de la foto –un campeón de España del tema- se le marcaba el paquete. Pero seguro que en aquel caso no fue un banco.