A propósito del bombero

Tell me about the fireman

Tell me about the fireman, podría ser un buen título para un rock&roll, pero yo no sabré ponerle música ni tocarlo, si acaso esbozar alguna letra. Empecemos por decir que los bomberos fueron siempre uno de los gremios más respetados, una profesión sin duda admirada, quién de pequeño no hemos expresado alguna vez deseos de serlo, quién no les ha aplaudido en algún homenaje o cuando sacaban a alguien milagrosamente vivo de entre los escombros. Hasta hay quien se los compra en un calendario y los clava en la pared. Pero lo que es bombero de verdad, sólo algunos han conseguido llegar a serlo y ejercerlo, apenas unas pocas elegidas se han casado con uno, y claro, muy contados son los hijos que han podido presumir de tal padre.

Luego hay quien se siente bombero cada vez que apaga fuegos, qué fácil decirlo, pero los que abrasan de verdad no son los que simplemente nos agobian un rato. Siempre fue lustroso el uniforme, sobre todo los antiguos, espectacular verlos entrenar, cuando descendían por la cucaña, reconfortaba sentirlos fuertes y seguros a tu lado, recuerdo que de niño era toda una novedad escuchar la sirena y corrías a asomarte a ver el despampanante camión colorado pasar. Te daba igual el siniestro que se trajeran entre manos y escaleras, ellos por sí mismos animaban la tarde con su inconfundible serenata. Luego ya vas siendo consciente de que no todo son heroicidades y parabienes. Bomberos fueron los de los Almacenes Arias o los que cayeron como moscas bajo las torres en Nueva York. Que no es su parque un lugar de paseo como para los demás, y la alarma no es la del despertador.

¿Pero qué sabe la gente de los bomberos? Realmente poco, y menos aún cuando están fuera de servicio. Demos por hecho que se quitan el casco, pero no tengamos tan claro que echen su valentía y sus arrestos a lavar. Si hay que saltar a la terraza del vecino porque se ha dejado las llaves del apartamento, pues se salta. Si estás con él en un rompeolas complicadito, paralizado por el vértigo, pues va y dice que se fuma un pitillo. Si hay que cortar más leña o sacar agua del pozo o arreglar una caldera o regar todo el regadío, pues para eso se curró una casa en el campo, ni más ni menos que para descansar. O bajar Pajares a tumba abierta con el Renault blanco y el abuelo asfixiándose a cada curva. Eso sí, le quedarán unos días de mar para meterse muy muy adentro, hasta que ya no se le vea más allá de las boyas, al largo rato salir, brillantes los pectorales al sol Mediterráneo.

Eso sí, te tratan tan normal. Se pelan una fruta a cualquier hora y le echan –pocas, según han dicho- gambas a la paella de los domingos. Los bomberos asumen la vida seguramente de otra forma, han visto mucho y agarrado demasiados cuerpos descoyuntados, han informado a mucha audiencia desencajada y se han peleado con puertas rebeldes y techos traicioneros. Han tirado de sus bíceps y de sus trapecios, y no precisamente para posar. Han levantado a pulso lo inconcebible de levantar, y no consta haberles visto torcer el gesto, dar a entender que hacían algo que no fuera en su salario. Abrir todas las cajas de sapos y víboras como quien abrió tantas sandías, quién iba a decir que hacen subir el colesterol. Vida sana en cuerpo labrado, para algún vicio quedará, pero sin perder la línea ni el cartón.

También se han expuesto. Al peligro visible y al invisible. A las llamas más voraces, a las alturas más desafiantes, y a esos bichitos de amianto que a veces, las peores, se les cuelan en las entrañas, se requeman y les declaran el incendio por dentro muchos años después. Cuando ya colgaron el traje, cuando no pueden defenderse. Y ellos, que tanto apagaron y tanto salvaron, no tienen quien se lo apague ni quien les salve. Tan solo pueden confiar en quien les cuide, les lleve, les consuele y les dé mucho amor. De eso sí que no se pudo quejar.

No todos los bomberos serán o habrán sido iguales. Lo más que yo podré decir es que conocí a uno, le tuve cerca de pequeño, cuando le tomaba por una celebridad; y luego ya durante muchos años, cuando le fui viendo hacerse mayor. Me enseñó a nadar, se lo agradeceré siempre, y no me pidió a cambio más que algún cigarrillo furtivo. Siempre se lo di, y por si acaso, no dejaré de guardar alguno para él.

Y este rock&roll alguien lo sabrá tocar.

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