Podemos apostar si el Madrid le ganará al Atleti o viceversa, si el Barça conquistará la Liga o qué tres equipos bajarán a Segunda. Pero si en un partido habrá 12 ó 15 córners, si Djokovic hará una doble falta en el primer juego o si dos equipos de baloncesto sumarán más de 150 puntos, parece un poco surrealista. En Inglaterra siempre apostaron por todo, hasta si el hijo de tres años del vecino llegaría a futbolista profesional y marcaría un gol en Wembley, y ya puestos, si sería de cabeza o con la zurda… Forma parte de su cultura y su costumbre. Pero hoy se apuesta en todo el mundo y por todo, han proliferado empresas potentísimas que mueven cantidades ingentes de dinero. Y conozco gente que nunca consideré ludópata, y hoy casi lo parecen. Por no hablar de las redes de apuestas clandestinas, de las que sabemos cada cierto tiempo pero que permanecen latentes, con especial incidencia en Italia. Por ellas, el célebre Paolo Rossi cumplió dos años de sanción en los 80 antes de ganar y ser la gran figura del Mundial 82. Hace poco hemos sabido que el positivo de Marco Pantani en el Giro de Italia de 1999, que arruinó su carrera y luego su vida, no fue tal sino producto de una manipulación de los resultados de su control, a instancias de unos apostantes –con la Camorra detrás- que habían pujado por su derrota a dos días del final de la carrera.
¿Seguimos apostando? Sabemos o sospechamos de los grandes escándalos, los que atañen a importantes competiciones presuntamente amañadas. Si es cierto, como se está investigando, que hubo jugadores del Rayo que se dejaron ganar por la Real Sociedad, esos tipos son unos corruptos, y con eso ya estaría dicho todo. Pero teniendo en cuenta que esa derrota ha sido decisiva para el descenso del equipo vallecano, con lo que ello supone para ese club y para su afición, además son unos indeseables. Toda la plantilla, con su entrenador a la cabeza, salió como una piña a desmentir las acusaciones, pero ayer cuatro titulares del funesto partido se cayeron de la alineación.
Las casas de apuestas son perfectamente legales y la gente libre de gastarse su dinero. Es un negocio como otro cualquiera, y se entiende que existen mecanismos reguladores con el fin de asegurar su limpieza y transparencia. Y que las propias empresas practican rigurosos controles para evitar fraudes. De hecho, retiran eventos del menú en cuanto detectan movimientos extraños. El problema es que a lo mejor no todo se puede controlar, y en especial los pequeños amaños. Si se apuesta por hechos menos transcendentes o completamente intrascendentes de un partido, como el número de fueras de banda o las veces que un tenista se rasca la nariz, parece muy difícil demostrar que no se pacten los resultados para favorecer a unos a costa de otros. Ese tipo de apuestas parecerán muy tontas, pero falsear cualquier resultado no lo es. Aparte de quien se deja ganar un juego un día, posiblemente otro día se dejará ganar un set y tarde o temprano el partido.
Llegados a estos extremos, ¿vamos a llegar a desconfiar de cualquier resultado deportivo, de cualquier triunfo y hasta de grandes hazañas del deporte, ante la posibilidad de que hayan sido producto de engaño por las malditas apuestas? Mucha atención a esto. La bola de nieve ha crecido y se está convirtiendo en un alud. Y ya no es cuestión sólo de las autoridades competentes ni de las investigaciones policiales. Los propios deportistas, los clubs y entidades, los patrocinadores que les pagan y, por supuesto, las propias casas de apuestas, tienen la obligación de ser mucho más escrupulosos. De entrada, cabría sugerir que retirasen del mercado los productos cuyos resultados son más susceptibles de arreglar. También los medios de comunicación tienen un papel que jugar, y el hecho de que sean beneficiarios de importantes inversiones publicitarias no les debe alejar de su misión de informar y formar. En serio, como no lo manejemos bien, la lacra de las apuestas corruptas puede llegar a ser mucho peor que el doping.