Desde luego que era mucho más cómodo asistir al debate cómodamente sentado delante del televisor. Y luego contar los toros bien vistos desde la barrera. Que no era el niño que hacía pellas, que era el director del colegio. Que no era un televidente más de los nueve millones que lo vieron, que era el mismísimo presidente del Gobierno. Pero a lo que vamos: en lo que se refiere a la puesta en escena, los organizadores del debate electoral del 7D se lo pusieron bien difícil a los participantes. Estudiadamente o no, que lo presumible es lo primero.
Hacerles debatir de pie, sin atril ni referencia ni protección, a cuerpo descubierto durante más de dos horas, es una verdadera tortura incluso para gente muy acostumbrada a hablar en público. Los que lo han probado alguna vez lo saben. Cuando se comparece sentado o se dispone de una mesa o de mobiliario tras que el que parapetarse, no sólo es que uno se sienta más seguro y protegido. Es que es más fácil dirigir el cuerpo y canalizar las ideas que se convierten en discurso. Sin nada de ello, uno se siente flotando ante el mundo, la sensación de pánico es mucho mayor y, por muchas tablas que se tengan, el cuerpo de uno puede volverse incontrolable.
Si se trataba de poner a prueba la capacidad de expresión no verbal de cada uno, y además su resistencia física y emocional, desde luego el desafío estaba servido. En efecto, quien más y quien menos tuvo sus problemas para gestionar la situación. No es de extrañar así que salieran a la luz sudores, tics y sobre todo manos a la deriva en busca de un punto de apoyo que nunca existía.
Lo que sorprende es que, tratándose de profesionales de la Política, se supone bien formados en oratoria, y sobre todo intensivamente preparados y asesorados, sólo uno diera en aplicar una solución básica, de manual. Pablo Iglesias fue el que se agarró al boli bic de toda la vida. Es un viejo recurso, el objeto en las manos sobre el que se hace descansar la tensión, se convierte en la palanca sobre la que se mueve el orador y le confiere un cierto equilibrio que le ayuda a articular mejor su discurso. Los demás nadaban y aleteaban en el vacío. El líder de Podemos tenía al menos con qué sujetarse en la tormenta.
Ideas y argumentos aparte, que esa es otra cuestión, Pablo Iglesias supo afrontar el resbaladizo debate en una mejor disposición que sus contrincantes, digamos con neumáticos más apropiados al terreno. Luego, sacando la media de los diferentes análisis vertidos y publicados hasta ahora, parece ser que fue el que lo ganó, o al menos el que estuvo más cerca de ello. Quizás no sólo por el boli pero desde luego, con él, algo llevaba ganado sobre los demás. Parece mentira tanta ciencia y estrategia de la Comunicación, tanta asesoría de imagen… y no reparar en un apaño tan simple.
Eso sí, por mucho boli u objeto transaccional que se use –así lo llaman los técnicos-, ninguno mejor que un buen puro –como evocaba ayer Iñaki Gabilondo– sentado en el sofá de una buena casa en Doñana. Así se sobrelleva sin problemas cualquier debate y cualquier escenario. Y luego, a contarle la película a los demás.