Back to Amsterdam

Back to Amsterdam

La última vez que volví a Amsterdam era la décima que volvía. Cuatro años después de aquella, nunca es mala idea proponérselo otra vez. Cuestión de aprovechar una tarde insidiosa de trabajo, parar unos minutos, buscar unos billetes propicios, encontrarlos y no pensarlo más. Que ya no será lo mismo, que ya no te impacta como cuando tenías 20 años, que otras ciudades han tomado ejemplo de su filosofía y su cosmopolitismo mestizo. Pero sigue siendo una ciudad única, intransferible y perfectamente reconocible. Para relajarse o no, para liarla o no, para desahogarte o no. En fin, para hacer y tomártela como te dé la gana.

Amsterdam (me niego a escribirla con acento como exige el corrector) siempre es de fiar, no te falla nada ni nadie, y si no te hace el mejor tiempo ya ibas avisado, más en esta época del año. Los sitios que conociste, ya ni recuerdas cuándo, normalmente siguen ahí. Por eso es una sorpresa enterarme ahora de que ha cerrado de Schutter, mi restaurante de guardia, al que no había dejado de ir ni de recomendar desde hace (¡cielos!) 25 años. La vida es así, también por allí. Pero seguirán otros sitios, no nos van a faltar, aparte de que hayan abierto otros nuevos, que parece que sí y también.

Cuando ya no se va allí de turista se aprecian otras cosas. Se dedica más tiempo a los detalles, que al final es lo que te termina por cautivarte. Observar el mundo cotidiano de los amsterdarmers, su filosofía positiva y práctica de la vida, su ingenio y su vocación ingeniera, hasta para dar soluciones a las cuestiones más triviales. Esa convivencia entre el caos y la serenidad, inconcebible en cualquier otra urbe. Y que allí no es un peligro ser ciclista, lo peligroso es a veces no serlo.

Quiero decir que ya no vas con la idea ni las prisas de ver esto o conocer lo otro. Si vuelves al Rikjsmuseum o al Van Gogh -que de hecho vuelves- es por puro placer, y no porque no puedas irte sin al menos haber pagado la entrada. Por Leidseplein ya te fijas más en el Café Americano que en los garitos nocturnos; el Amstel sabes verlo venir, cruzarlo y por dónde torcer hacia Oudeschans; luego cada canal se va ganando su sitio en el corazón. Y vas descubriendo que el centro de tu vida y tus caminos va dejando de ser el Dam (que no es una plaza, es el Dam) y pasa a ser Spui, por donde la primera vez casi ni pasaste. Irás a comer por Nieuwmarkt mejor que a Rembrandtplein. Y los Brown Cafés te llaman más que los Coffeeshops.

Un día normal te bajas a la calle, por qué no en bata y zapatillas, y sales a ver qué hay. Te das un paseo por donde te apetece hoy o te acercas a esa terraza donde pasaste ratos tan buenos, un año y otro año, que salvo sorpresa mayúscula ahí estará. Si llueve a mares espérate a que escampe un poco, que la sacarán. En fin, caminas a otro ritmo y se nota, por algo te paran para preguntarte cómo se va a la casa de Anna Frank. Y si es domingo, hace bueno y no ves tanta gente por las calles céntricas, ya lo sabes: han tomado por asalto el Vertigo, en Vondelpark.

Los tópicos y lugares comunes de Amsterdam, que todas las ciudades y países los tienen, los has superado a la segunda vez de estar allí. Que te dicen que vas tan a menudo porque te priva lo uno y te pone lo otro, pues déjales, qué te vas a molestar en explicarles. Si les dices que tan sólo buscas una sonrisa sincera mientras te sirven un café de lujo o una Heineken verdadera, o sonreírle tú cuando te obsequia con las pastillas mentoladas después de cenar, no lo podrán entender.

A la Amsterdam que yo conozco siempre es un placer volver.

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1 Comment

  1. Pues espero que lo pases estupendamente y da recuerdos a todos aquellos rincones que recorrimos juntos, incluido a un revisor de tren a punto de jubilarse.

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