La fiesta de los periodistas fantasmas

halloween nightSin ser muy fans de Hallowen, reconozcamos que es buena época para evocar figuras fantásticas y, por qué no, fantasmales, y asociarlas a nuestra vida real. El Periodismo en general, y nuestro periodismo en particular, da para fiestas terroríficas en las que no faltaría nadie: brujas, descabezados, zombis, calaveras… hasta remitiéndonos a la tradición española, algún que otro donjuán, y si se quiere también podríamos contar unos pocos santos entre los invitados.

Pero los que abundan son los fantasmas. En todas las etapas y en todas los aspectos de la profesión. Desde el ingenuamente perverso que enseñaba una potente nómina a las puertas de la Facultad de CC de la Información –recreado por Forges hace 30 años y tan actual hoy- hasta el que admite –y se jacta- que escribe lo que le pagan, y de hecho le pagan muy bien. Los muertos que va dejando gozan de mala salud, no como los del Tenorio, pero él se va a dormir bien tranquilo todas las noches.

Luego hay fantasmadas de diversa categoría: vender como entrevista exclusiva el contenido de una rueda de prensa, dibujar un titular divino que luego no tiene nada que ver con el cuerpo de la información, cambiarle la coma de sitio a unas inocentes declaraciones, o la chapucera de firmar una nota de prensa corta y pegada. No digo ya saltarse un off the record, porque eso era una fechoría de otra época, cuando había off the record. Sí citaré la de hablar más que el entrevistado o la de tener más razón que el experto de turno porque habla más, más alto y además es el dueño del programa. Y no me olvido, no, del que ideó anunciar un recorte de 10.000 millones colgando un comunicado en la web, como quien lo deja encima del piano y el que pase ya lo verá. Y para fantasma… el que inventó el plasma.

Pasando a palabras mayores, digamos que Periodismo Fantasma es aquel que difunde interesadamente una opinión arbitraria con la excusa de estar informando. Pero sus perpetradores son de los que prefieren organizar fiestas privadas, a las que no tienen acceso más personajes que los que alientan su propia fantasmagoría única. No son el objeto aquí.

Nuestra fiesta es más simpática, abierta y variopinta. Fantasmillas propiamente dichos los hemos conocido todos y los hemos encontrado en las redacciones, en las mesas y despachos de dirección, en las ruedas de prensa, en los gabinetes y por supuesto en las agencias de Comunicación. Con paso acelerado de intrépido periodista estrella o con vuelo lento de asesor de altas esferas. Que luego, como aquél, tiene siempre a mano el mensaje oportuno y certero: “consejera, aquí por detrás hay otra salida”.

Ah, y de piedra no nos faltarán los convidados. ¿Quién no sabe de esos a los que nunca vieron moverse y sin embargo siempre estaban, no se pronunciaban y por eso nunca se equivocaban, no pestañeaban y su inmovilidad no les impedía avanzar según caían los que marchaban delante? Quien después llamó a la puerta de su despacho o les envío un email no obtuvo respuesta de quien no sentía ni padecía.

¿Y muertos? Esos no vienen porque de esos ya sabemos mucho todos, quién no los ha tenido delante o encima de la mesa a las ocho de la mañana o a las diez de la noche, no se nos aparecían sino que nos los presentaban cuando menos lo esperábamos y se quedaban un buen rato o una buena temporada con nosotros. Mucho tendríamos que contar de estos, podría decirse que hemos crecido quitándonoslos de en medio.

Pero he dicho antes que también hay Santos de la profesión, y desde luego con esos me quedo y procuraré pasar la velada cerca de ellos. Hablo de esos que se mataron, en el sentido vivo de la expresión, por contar una noticia verdadera y documentarla, o por defender las marcas o entidades a las que representaron. Pero además de con pasión lo hicieron siempre con respeto, con maestría y dejando una huella, un rastro de valor a los demás. Sufrieron pero disfrutaron con su trabajo, e hicieron disfrutar a quienes les conocieron. Que no todo iba a ser gente malaje en este sarao.

Claro que no me voy a perder esta fiesta. ¿En el cementerio? No, que es muy aburrido. Mejor en un antro canalla de los nuestros.

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