No pretendamos saber de pelirrojas, esa ciencia no está al alcance de los humanos, la astrofísica a su lado es un crucigrama dificilito. Posiblemente tener el pelo colorado no fue la letal arma seductora que es hasta que supimos de ciertas películas, de ciertas mujeres, títulos que luego han dado en nombre de pub irlandés.. Una lejana tarde de invierno, en el Café Gijón, escuchaba a dos reconocidos actores –uno ya no está pero vivió muchísimo- lamentarse y despotricar de que la noche anterior uno de los dos no había tenido público en la sala en la que representaba. Echaban esa dichosa película en la única tele española de entonces, y el personal había preferido quedarse en casa. Quién no se iba a quedar con el frío que hacía y un plan así…
He conocido hombres tranquilos, algunos demasiado. Les he visto alegrarse, enfadarse y deprimirse, pero siempre sin perder los estribos. Pero amiga, amigo, no he sabido de una pelirroja que se sentase plácidamente detrás de un vino a ver pasar la tarde. Que callara cuando se la esperaba, que no dijera esta boca y estos rizos son míos, que no se echara la lluvia encima cuando soleaba por los cuatro puntos cardinales, que para ella eran por lo menos siete, vete a saber cuáles y dónde los señalaría la brújula. No me han presentado a una pelirroja modosita. Si la he visto, era teñida sin duda.
Porque se puso de moda el caoba y otros tonos taimadamente incendiarios, pero nunca serían lo mismo. Porque el jodido octubre irradia brillos rojizos para disimular la melancolía, y basta ver el bosque desde otro ángulo para descubrir el engaño. Una cabellera verdaderamente roja, picante y turbulenta es imposible de imitar, remedar o siquiera representar. Se la ve desde lejos, no necesita anunciarse. Te echa el fuego a la cara porque no tiene por qué andarse con tactos ni falsas gentilezas. No se puede disimular porque es del mismo color que el corazón.
No me podría imaginar a una actriz así en una comedia burguesa y apacible, aunque pueda que las haya hecho, vete a saber. La veo en el puro Oeste, en los severos valles mineros o en la indómita Irlanda, con sus borrascas por bandolera. Ganándole la gloria al mismísimo Ciudadano Kane, que ya son bemoles. Eso sí, los académicos optaron por ignorarla, no estarían preparados para esas valentías, los muy pusilánimes dieron en reconocerla cuando ya iba en silla de ruedas. Para mentes escabrosas y escabechadas, digamos que tal vez las suyas.
Pero no sólo es por ti, querida Maureen, es que ninguna pelirroja me cabe de otra manera. Y la experiencia me da la razón que normalmente no tengo. Que por mujeres como tú he perdido y perdería otra vez.