Dicen que cuando tienes un amigo catalán, lo tienes para toda la vida. Yo puedo dar fe de que es así. El primero lo hice con nueve años, y ahí sigue. Luego he hecho más, tampoco es cuestión de ponerme ahora a contarlos, prefiero quedarme con sus caras y sus nombres, que perfectamente puedo recordar. A alguno, reparo ahora que llevo años sin verle ni hablar con él. Pero sé que si le llamo, está.
Con los catalanes que he conocido en mi vida, amigos o no, he podido discutir muchas veces. Pero he de decir que las más han sido de fútbol. He tenido asuntos de trabajo, cenas, paseos, largas conversaciones telefónicas… Y también habré hablado y debatido sobre política, pero no recuerdo haber perdido el respeto ni que me lo hayan perdido. Creo, sinceramente, que las disputas más encarnizadas sobre algún asunto, que alguna habré tenido en mi vida, se han producido en Madrid y con gente de aquí.
Cuando he viajado a Cataluña, fundamentalmente a Barcelona, siempre me han tratado como mínimo correctamente, y no pocas veces exquisitamente. He podido decir que era madrileño y, por qué no, madridista. Si no he entendido cuando me decían algo en catalán, me han perdido perdón y me lo han dicho en mi idioma. Y sin embargo, cuántas veces me habrán contado por aquí sobre desagradables y denigrantes experiencias que la gente ha tenido por allí. A mí, sinceramente, no me ha pasado. Habré tenido suerte…
Hoy mis amigos catalanes habrán ido a votar. Y no tengo ni idea, no les he preguntado –nunca lo hago- qué van a votar, ya que se supone que hoy se vota más que un gobierno para los próximos cuatro años. Y si de lo que hoy salga en las urnas se deriva un proceso tras el cual terminarán yendo a decidir si se van de España o no, tampoco les pienso preguntar. Una cosa es lo que yo prefiera, y otra lo que ellos piensen y sientan. Lo único que les deseo es que se expresen por sí mismos, que no se dejen manipular por unos ni por otros. De eso, en realidad, no estamos libres nadie, ni allí ni aquí ni en ningún sitio.
Lo que tengo claro, pase lo que pase, es que yo quiero seguir teniendo esos amigos. Y pienso seguir yendo por allí cuando tenga ocasión y tomarme mi Voll Damm en el Bra Café de la calle Caspe. Y a los culés seguiré diciéndoles con todo cariño que son unos llorones, que siguen viviendo pendientes de su bestia blanca y no saben disfrutar del equipo que tienen. Bueno, y les diré más cosas… y escucharé las suyas.
Y sobre todo, seamos lo que seamos o como nos queramos llamar, no perdamos el sentido común. Procuremos desmarcarnos de los iluminados y pretendidos líderes carismáticos (1), de unas tendencias y de otras, que generan incondicionalidades que al final son las que desembocan en desgracias. Históricamente, la entrega ciega a caudillos de medio pelo ha hecho mucho daño a Europa –lejano y reciente- y entre otras cosas y barbaridades, ha deshecho muchas amistades, algunas también de toda la vida.
No tengo la menor duda de que nada de esto va a suceder, y desde luego a mí no me va a suceder. Y creo, mejor dicho estoy seguro, que a mis amigos tampoco. Habrá separatistas y separadores, pero cada uno también decide de lo que se separa y de lo que no.
(1) Pero quitémosle hierro: al fin y al cabo, ni nosotros ni ellos tenemos esos “líderes carismáticos”, que se diga. Eso sí que nos une.