El museo del chocolate nos lo vamos a dejar sin ver, porque nos había quedado para el último día y resulta que la cola marea de las vueltas que da. Así que cotizaremos en la tienda, que era de lo que se trataba, y a otra cosa. Además, tampoco da muy buena pinta que esté patrocinado por una firma, en este caso Lindt, que a todo esto es suiza. No deja de ser llamativo por otro lado que, de los considerables museos que hay en Colonia, éste sea el que concita más expectación un domingo por la mañana. Pero no le hagamos ascos al chocolate. Al fin y al cabo, ese fue el negocio con el que se enriqueció el matrimonio Ludwig, se dedicaron a comprar obras de arte moderno y luego las donaron a la ciudad a cambio de que fundara el museo que lleva su nombre. Y no es que diera poco de sí lo que juntaron, ya que alberga, entre otros activos artísticos, la tercera colección más importante de Pablo Picasso y la mayor de pop art fuera de Estados Unidos. Esta mañana lluviosa se puede visitar tranquilamente y sin esperas, pero nosotros ya le habíamos rendido visita al segundo día de estar aquí. Por eso hemos ido dejando pinceladas de Dalí, de Max Ernst…. y en fin, de lo que más nos llamó la atención, que tampoco todo lo conocíamos ni lo entendíamos, para que vamos a engañar al personal ni a nosotros mismos. Por cierto, los Two Elvis de Warhol todavía los estoy buscando, ¿los habrían dejado también en préstamo?
Cierto, no ha dejado ni va a dejar de llover, al menos hoy lo hace con menos violencia que anoche, pero con machacona continuidad. La mañana es de paseos cansinos a la vista de la verticalísima –igual de magnífica con lluvia que con sol, de noche y a mediodía-, de trastear por las tiendas del centro, de hacer de rey mago viajero –ya que hasta que aquí viajaron y hoy descansan los verdaderos Reyes Magos, no me pregunten dónde que ya se lo están imaginando. A todo esto, uno de los sonidos más característicos de la ciudad más antigua de Alemania es el de sus campanas. De la soberbia y de todas las iglesias que la secundan, a cada hora y por cualquier esquina resuena el contumaz köln, köln, köln, köln, köln… El turismo pasado por agua se agolpa en las tiendas y hace acopio de frascos de fragancias, aunque no todas sean propiamente de colonia ni de Colonia.
Como el panorama siga así –y va a seguir-, la tarde se presume va a ser de manta y fútbol. Y si no hay manta, ya nos apañaremos otras coberturas, por ejemplo el techo de algún bar. Ahora me acuerdo que hace unos días –y parece que hace ya tanto- pasé por al lado del club de playa –que lo hay sí, a la vera del Rin– y no descarté el plan de acercarme el domingo, echarme en una de esas tumbonas y hasta quién sabe si darme un chapuzón en el río –para lo cual, en todo caso, no hace falta pagar los seis euros que cuesta el beach club de marras. Pero eran otras circunstancias, otra meteorología, otros deportes para la ocasión. Así que, lo dicho: al F.C. Köln lo ven cuatro mataos con bufandas rojas. El pub donde echan la Premier –el de Woodcock, naturalmente- está abarrotado. Así que lo vamos a sentir por la Bundesliga.
El domingo por la noche –y sigue lloviendo- el casco antiguo de Colonia ha recuperado su animosa normalidad de antes del fin de semana, nada que ver con la jauría de ayer y anteayer. Los de la romería están desmontando sus tenderetes, y te invade entonces la melancolía de los planes que se terminan. En este tramo final de mi estancia ya tengo decidido que a mí me gustan las cervecerías que por dentro asemejan catedrales, por eso mi preferida será la Bierhaus en d’r Salzgass, que no en vano era donde el paisano Konrad Adenauer se juntaba con sus amigotes. Klaus Sammer me recuerda a un célebre directivo de gran multinacional, mejor vamos a llevarnos bien con él. Me da por pensar que en algunos viejos cafés y cervecerías de Madrid –la Cruz Blanca por ejemplo- se inspiraron en su día en los camareros de por aquí a la hora de seleccionar al personal. Este local es enorme y ciertamente solemne con sus altos techos, pero con tomarse unas kölsch es más que suficiente, tampoco se molesten en cenar mucho aquí. Justo enfrente está la Taberna Flamenca, como las once de la noche es muy pronto para ellos está vacía, así que con Eliseo nos daremos charla y unos pitis. Ha sido un verdadero placer y le prometo que saldrá reflejado en esta historia, lógicamente con nombre ficticio, como todos los que salen aquí.
Nos queda ya poco por visitar y casi nada que apurar ni estirar. Como suele suceder, la última vuelta al hotel se hace más cuesta arriba que las demás. Mañana será otro día, pero no lo veremos aquí. Eso sí, seguro que también va a llover.
¡Pero bueno! ¿Sigue habiendo camareros maltratadores en Madrid? A veces añoro esa aspereza e indiferencia…