Malos tiempos para el león

Malos tiempos para el León

La Naturaleza es dura. Por mucho que idealicemos sus aspectos fascinantes y nos maravillemos con las secuencias y sensaciones que nos regala, siempre tiene su vertiente menos amable, a menudo cruel. Pero es su lógica y su ley. Y no siempre es todo tan bonito como nos lo pintan o nos lo imaginamos.

Por ejemplo, no pensemos que el gran depredador –una leona, una manada de lobos o un águila real– sale todos los días a realizar una fulgurante carrera o un vuelo majestuoso con el noble fin de capturar la presa más difícil. Su trabajo es buscar comida, no deleitar a los espectadores de los documentales. Y como cualquier ser vivo, su dinámica será la del mínimo esfuerzo, conseguir lo más con lo menos. Pensemos que más de caza, salen a la compra. Si encuentran pronto una ganga –una res muerta, un antílope cojo, un cervatillo despistado-, habrán solucionado la tarea y tan felices. Si la jornada se les complica, habrán de plantearse empresas mayores, y cuando no les quede más remedio osarán tirarse a por un búfalo o un muflón, poniendo claramente en riesgo su vida. Porque lo último, lo inconcebible para ellos, sería volver a casa sin el alimento para su prole.

Luego hay realidades más descarnadas, y desde luego menos comprensibles desde el punto de vista humano (1). Como la organización y las jerarquías. Por ejemplo la de los leones, que no tiene nada que ver con la de los tigres ni seguramente con la de ningún otro felino. Y especialmente las relaciones de poder dentro de las manadas. Cuando un león sucede a otro como jefe de su horda, procede a eliminar a los descendientes de su antecesor, a fin de hacer prevalecer su sangre a través de los cachorros que engendre con las leonas que él elija. No nos gusta desde luego, hasta nos resulta violento. Pero es su vida, y se rige por esas reglas, que nos parecerán justas o no, pero son inexorables. La Naturaleza es la que manda, y ella sabe lo que hace.

¿Y por qué le llaman al león el Rey de la Selva? Pues no por su melena ni por su porte majestuoso ni por vivir en la selva, que por cierto no vive en ella. De pequeño preguntaba a mis mayores, si la leona era la que cazaba, la que cuidaba de su prole, la que llevaba una vida activa, ¿qué hacía el macho, al que generalmente no lo veías más que echado panza arriba, o en todo caso recostado a la sombra de una acacia? “Vigila el territorio”, me respondían. Pero ya supe que no. En todo caso vigila su dominio y su posesión, y lo que hace en realidad es ejercer su poder, del que vive hasta que le destronan o hasta que muere. Por eso los humanos le hemos dado el título de rey.

Pero no corren buenos tiempos para los leones. El lamentable episodio del león Cecil, ejecutado a manos –perdón, a armas- de un majadero sin escrúpulos es apenas uno más de los cientos perpetrados cada año por otros tantos majaderos. Más llamativo y mediático si acaso por tratarse de un ejemplar emblemático. Pero sólo legalmente, se matan 600 al año en toda África, y fácil es imaginar que son muchos más los que se matan furtivamente.

Y la situación es la que es: si hace medio siglo se calcula que vivían unos 400.000 leones, hace dos décadas se habían reducido a 40.000 y hoy sobreviven apenas 20.000 en libertad. Según esa progresión, no es descabellado pensar que en otras dos décadas podrán haber desaparecido de la faz de la Tierra. Y todo por la diversión y la vanidad del más maligno de los depredadores de este planeta. Que además ejerce toda la presión de que es capaz por que no le priven del privilegio de seguir cazando.

Como lo que interesa y da “valor” es matar machos con su melena, hoy sólo quedan 4.000 en pie, las otras 16.000 son hembras. Y como se trata de una especie eminentemente social, la desaparición de un miembro de repercute sobre toda la “familia”. Teniendo en cuenta sus especiales reglas sucesorias, se estima que un león muerto puede significar de media la desaparición de otros veinte, mayoritariamente sus descendientes. Por lo demás, cualquier acción anti natural que merme la población de una determinada especie quiebra todo el ecosistema, ya que ese “accidente” no lo tenía previsto la Naturaleza.

Sí, son malos tiempos para el león, y por lo tanto para la vida. Parecería inconcebible, y se antoja imperdonable, que un día lleguemos a dejar de contar con uno de los pobladores de la Tierra no ya más admirados y reputados, sino con más significado y simbolismo -¿en qué sitio del mundo no aparece representado, aún en muchos casos viviendo muy lejos de allí? Que encarna casi como ningún otro el lado indómito y salvaje de la existencia. Que nos hace comprender como nadie que, en efecto, la Naturaleza es muy dura. Pero no mezquina ni malintencionada.

Este excelente reportaje, publicado a principios de este año, cuenta mucho más y con mayor conocimiento.

(1) Aunque esto, según lo miremos y con lo que hay, quizás deberíamos decirlo más bien con la boca pequeña.

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