“El Edificio China se levanta en la plaza del mismo nombre, junto a la Torre Beijing y frente al monumento a Confucio, conformando uno de los complejos arquitectónicos más singulares en pleno centro de la ciudad, en la confluencia de la populosa Gran Vía de Shangai con la Avenida del Siam, que comunica con el área universitaria. En navidades, esa plaza alberga el tradicional mercado de cerámicas, jarrones y muñecas”. Un tal que Wikipedia al uso de dentro de algunas décadas tal vez dirá algo como esto.
El Edificio España fue levantado en 1953, tal vez en un intento de elevar la autoestima de aquel país y aquella ciudad. Al arquitecto Otamendi y a su hermano ingeniero les pidieron posiblemente que concibiera algo que nos hiciera creer que no éramos menos que Nueva York. Al fin y al cabo, la Avenida José Antonio que allí desembocaba era nuestro Broadway, que como todo el mundo sabe ahora pero casi nadie por entonces, en inglés significa Gran Vía.
El caso es que, antojos de la arquitectura o no, más que al Empire State y sus semejantes de Manhattan, el edificio en cuestión terminó por parecerse en realidad a los siete emblemáticos rascacielos de Moscú, llamados “las siete hermanas” o también “los siete caprichos de Stalin”, que curiosamente fueron levantados allá por esos mismos años bajo el impulso de otra dictadura, por antagónica que fuera a la de aquí. De acuerdo que menos presuntuosos, no tan solemnes y masivos, con materiales bastante más modestos. Pero al fin y al cabo, del mismo corte y presencia. Imperial impronta, imperiales sus 29 ascensores.
Con esos antecedentes, ya se podía vislumbrar que la vida del flamante Edificio España no iba a resultar lo que se dice fácil. Al glamur y el prestigio de sus primeros años siguió la decadencia, y seguidamente el abandono. Vacío y sin que nadie fuera capaz de darle salida, terminaron vendiéndoselo a los chinos. El empresario Wang Jianlin, al que últimamente le ha dado por comprarse cosas diversas en Madrid –por ejemplo el 20% de las acciones del Atlético de Madrid– lo compró con la intención de convertirlo en un centro de ocio y lujo. Pero ahora dice que la viabilidad de su proyecto pasa por demolerlo.
Y quien más y quien menos se rebela en el Madrid de a pie, y también en el oficial de ahora –el anterior hizo por facilitar las cosas. No porque el viejo edificio ahora en peligro sea especialmente bonito ni tampoco de un especial valor arquitectónico. Pero se ha convertido en un elemento familiar, característico de la fisonomía de esa parte de la ciudad. Y la gente se encariña con las cosas que asocia a su vida, aunque sean feas. ¿Quién deja de mirar hacia arriba cuando pasa por la Plaza de España, vaya a donde vaya o busque lo que ande buscando? El caso es que el potentado chino ha prometido dejar la fachada principal como está. Pero todo el mundo sabe que no será lo mismo. Y la ciudadanía se mueve, se crean plataformas para pararle los pies al magnate.
Pero volviendo al futuro, si la bolsa china no lo evita y esta historia no se para, diremos un día que desde la emblemática Plaza de China podremos dar un paseo por la arbolada Avenida de Siam, a la altura de El Corte Cantonés (este será un Corte Chino de verdad) doblaremos a la derecha y tiraremos por la larga calle Nanchang, todo recto hasta la Glorieta de Qinjdao, donde pararemos a tomarnos un té de jazmín en el Yinchuan (antiguo Café Comercial).
Y Madrid, quién te ve y quién te verá…
Es raro encontrar a gente con conocimientos sobre este tema , pero creo que sabes de lo que estás comentando. Gracias compartir un articulo como este.