Grasa en el hígado

Grasa en el hígadoLa grasa en el hígado, o grasa visceral, es distinta de la más conocida y combatida, la que habita por debajo de la piel. Y su nivel es mucho más indicativo del estado de salud, o al menos eso se aprestan a explicar los médicos cuando uno la tiene más alta de lo debido. Por lo que vamos aprendiendo, se trata del tejido graso interno que envuelve nuestros órganos centrales –hígado, corazón, páncreas…- y se acomoda en los espacios intramusculares. Y por lo que parece, tiene la puñetera manía de bombear sustancias tóxicas al torrente sanguíneo. Resulta además que sus efectos nocivos no sólo son de carácter orgánico, sino que además se manifiestan en el estado de ánimo y el carácter de las personas

Dicho lo expuesto, con todo el respeto y las reservas, que esto no es un blog escrito por médicos ni lo más remotamente parecido, lo que sí nos atrevemos a consignar es que posiblemente estamos asistiendo a una epidemia galopante. Hay mucha grasa en el hígado en este país y en otros países, o por lo menos muchas, cada vez más personas con unos índices de grasa visceral por encima de lo normal y tolerable. No hacen falta, para detectarlo, básculas avanzadas que te midan las interioridades. Se ve a simple vista. En las caras, en los ademanes, en los discursos y en las decisiones.

Las acciones y actitudes de algunas personas poco recomendables pueden denotar torpeza, ineptitud, soberbia o simple mala baba. Pero las de esos tipos de entraña grasa se caracterizan además por manifestar claros signos de inteligencia abotargada. Por lo general son muy previsibles en su desfachatez, y además contumaces. No son capaces de advertir que están repitiendo sistemáticamente la misma majadería, pero es que los que les siguen tampoco consiguen detectar la reiterada mentecatez. Comparten y viven de la misma acumulación amorfa.

Y ahí los vemos un día sí y otro también en los medios, en la tele. Desarrollan, como no podía ser de otra manera, políticas y estrategias de comunicación absolutamente grasientas, con mensajes y discursos eminentemente groseros. Y aún así, repetitivos. Están convenidos de que todo está muy bien dicho y mejor hecho, porque así se lo corean sus acólitos. Cuando la incompetencia intelectual no da para más, no se puede esperar más luz que la que hay. Mucho tocino y nada de velocidad. Pero es que cuando lo que se comunica es infumable y no se ha tenido a bien quedarse callado, lo que se expresa es indigerible. Si encima se intenta argumentar la necedad, incluso con el osado ánimo de convencer, el discurso se torna infame y desvergonzado. Las células del intelecto -también grasas, por cierto- empiezan a chirriar.

Llevamos toda esta semana viéndolo, a cuento de la actualidad que prima. Pero podría ser cualquier otra semana y cualquier otra actualidad. A poco que se observe, se detectan los síntomas. Hoy, sin ir más lejos, todo indica que vamos a asistir a uno de esos actos de inteligencia revertida. A cargo de un renombrado personaje que a lo largo de sus años ha ido desarrollado unas ingentes, preocupantes tasas de grasa en su hígado. Y por mucho que la mayoría nos llevemos las manos a la cabeza, no van a faltar una súbdita cuadrilla de dóciles, mansos y mantecosos aplaudidores que le ensalcen y alardeen “pues ya era hora y me parece muy bien, qué co…”.

Y como no lo vamos a poder evitar, al menos me he despachado bien. Es lo que nos queda.

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