Hermida, el hombre era el medio

Jesús Hermida, foto Gtres

Hoy es muy fácil escribir sobre lo grande que ha sido Jesús Hermida: su personalidad intransferible, su maestría en todas las artes del periodismo, su papel fundamental como modernizador de la televisión en España, al traerse todo lo que aprendió en sus 11 años en Estados Unidos viendo hacer la mejor televisión del mundo. Y además ahora nos están contando lo buena gente que era, lo valiente, y cómo defendía a los compañeros con que trabajó y a los que dirigió. No voy a discutir ni rebatir nada de todo esto, porque estoy de acuerdo en todo y creo que se merece estos elogios aún después de muerto, como mereció todos los premios y reconocimientos que acumuló durante su carrera.

Yo sólo quisiera destacar alguna de sus múltiples facetas, porque son cosas que le debo. Y una sobre todo, no tan al uso hoy en día. Con todo su carisma, su impronta, su dominio del medio –el que fuera-, siempre fue un periodista que dejó hablar. Eso quizás no se recuerda tanto ahora. Nos queda en la memoria su pose y su forma de manejarse ante la cámara, sus posturas, sus pausas, su lenguaje adornado y hasta poético en ocasiones. Es cierto que se gustaba, se le notaba relajado y feliz, en su salsa, y se regodeaba en sus frases y sus disertaciones. Eso le granjeó alguna que otra antipatía entre cierto sector de telespectadores, no lo olvidemos. Que al final, era de los que no dejaba indiferente.

Pero con todo, con su inevitable punto de egolatría, inherente a cualquier estrella, Hermida llevaba a la práctica el título de uno de sus más célebres programas: sabía perfectamente cuál era “su turno” y cuál el de los demás. El suyo lo aprovechaba al cien por cien, pero después dejaba y respetaba escrupulosamente el de sus invitados. En aquellos debates, algunos ciertamente encendidos e incendiarios, cedía el testigo y no intervenía más que para moderar y equilibrar las oportunidades de todos, sin tomar partido por nada ni por nadie, sin extralimitarse de su papel y, eso sí, sacando a relucir su arrollador carácter en el momento justamente oportuno. En las entrevistas, como aquellas magníficas que dejó en “De Cerca”, hablaba pero dejaba hablar, escuchaba y dejaba explayarse al entrevistado. Esas son las buenas, las que tienen contenido, las que dejan mensajes y titulares. Y el espectador se queda con la sensación de haber aprendido algo.

Cuántas veces hoy no vemos a supuestos moderadores que toman la palabra y se posicionan más incluso que sus contertulios; o a entrevistadores estrella que formulan la pregunta y directamente se la responden apenas el entrevistado ha empezado a balbucir su respuesta; cuando no le interrumpen en el momento que parece que va a decir algo interesante, y le sacan a colación otro tema de menor o nulo interés. Hermida era consciente de su protagonismo, sabía que llenaba la pantalla y la onda por sí solo, pero tenía el detalle profesional de compartirlo con sus interlocutores. Porque sabía que la audiencia estaba deseosa de escucharles tanto a ellos como a él.

Por lo demás, ahí quedan sus éxitos, innumerables en muy distintos formatos. El recuerdo que dejan sus impagables planos, sus crónicas de la Luna o del Watergate, sus historias y anécdotas, lo bien que narraba, las memorables imitaciones que hicieron de él. Fumador con clase cuando se podía salir en la tele fumando –sí, yo también fumé More en cierto devaneo de mi adolescencia- y una impresión personal y absoluta: es quizás la única persona a la que sólo he sido capaz de imaginarme en un plató o en un estudio. No puedo hacerme a la idea de cómo sería en su vida cotidiana, cuando salía de trabajar. Quizás porque, en su, caso el medio era el hombre y el hombre era el medio. No veo, ciertamente, qué cosa mejor podría decirse de un periodista.

Termino simplemente como a veces le gustaba a él despedirse, y parafraseo: “como decía la última estrofa de la última canción del último disco de los Beatles, al final de todo, el amor que recibas será exactamente igual al amor que has dado” (dicho, claro está, con sus correspondientes pausas). Lo suscribo y comparto, no podría ser de otra manera.

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