Si sacaste una foto fija o guardaste un retrato de la España oficial e institucional, pongamos rondando el 2000 o da igual si cinco años arriba o abajo, y lo miras ahora… Si recuperas un telediario de esos años, las portadas de los grandes diarios… Si haces memoria de las personalidades a las que viste asistir a los grandes eventos sociales, en el Thyssen o en el Ritz. Si te lo dicen entonces…
Si sacas de un cajón el álbum de la época y repasas los cromos ilustres, los ministros del Gobierno, los presidentes autonómicos, la Familia Real con sus yernos y nietos, los ayuntamientos y las diputaciones… Si sigues con los presidentes de las cajas de ahorro y también de los bancos, los empresarios y las organizaciones empresariales, los presidentes de los clubs de fútbol, artistas y folclóricas… Si te dicen los que cayeron…
Si reparas en quienes demandaban respeto y se les rendía sin reparos. Si atiendes a lo que se escribió y leyó de ellos. Si simplemente recuerdas los elogios, parabienes, adhesiones y hasta el fervor que suscitaron, las distinciones que obtuvieron, el reconocimiento que se les brindó, amparados en la pleitesía de esta España post feudal… Ahora les estás viendo en imágenes fugaces, sea compareciendo para declarar, defendiéndose panza arriba o directamente entrando en el calabozo. Si vuelves entonces atrás y rememoras aquellas poses estáticas, solemnes, oficiales o directamente triunfales…
Y te dicen que han caído. Aún los hay que, aunque se lo digan y además lo vean con sus propios ojos, no quieren creérselo. Intentan ponerse una venda, recordarles como fueron, lo que fueron, y negar hasta donde pueden la dura evidencia. Hasta hay quien decir sentir ahora cierta pena, lo que no se sabe es si en realidad será pena de sí mismo.
Es cierto que no todos están cayendo de la misma manera. En unos casos las diferencias entre unos responde meramente a etapas del proceso; en otros cunde la presunción, no de inocencia sino de que el desenlace no será igual ni proporcional para todos. Terminen como terminen sus cuentas con la Justicia, podría pensarse que buena parte de la penitencia podrían llevarla en esa foto furtiva, en el rictus chasqueado que denotan cuando se les mete apresuradamente en el coche. Que pensaran en lo que se les ha visto y lo que se les ve. Lo que pasa es que a no todos les importa realmente lo mismo eso del prestigio derrumbado.
A quienes seguro que les toca sufrir ahora el escarnio y hasta ponerse colorados –de vergüenza o de rabia, cada uno sabrá- es a todos los que conservan la memoria, y además mantienen la voluntad de tenerla. Los que miran ahora ese cuadro de la España que era, la que les contaban y muchos se creían, y ahora asisten a cómo se está cayendo del marco. Y aunque celebren, jaleen o íntimamente se alegren de según qué caídas o ciertamente de todas, en el fondo se sienten amargamente tristes. Porque en esta historia no importa tanto el desenlace como el nudo. Y la cuestión no es quién ha caído y qué será de él, sino cuánto ha engañado y por cuánto tiempo. La cara de imbéciles que se nos queda cuando miramos atrás.
Por lo demás, si miras otra vez el cuadro y te preguntas lo que queda todavía por caer…
P.D. Mis disculpas a Juan Marsé por aprovechar su título. Evidentemente su historia era mucho más bonita, inteligente e interesante que esta.
Grande eres, Enrique