Soy consciente, que no maléfico, de que ayer domingo hubo quien se levantó muy contrariado al conocer el alcance de la lesión de Modric; que pasó una tarde de acidez asistiendo a la impotencia de Fernando Alonso con su coche impotente; o que se le vino el mundo abajo con la caída de Marc Márquez en la penúltima vuelta. Otros siguieron llevándose las manos a la cabeza con las nuevas y continuas revelaciones sobre la “trayectoria” de Rodrigo Rato. O en fin, los que se vieron por centésima vez en trailer de la nueva entrega de Star Wars, y siguieron especulando y dándole vueltas a por dónde irán esta vez los designios de la Fuerza.
Pero con diferencia, lo más grave -y otra vez triste- que ocurrió ayer fue la desaparición de no se sabe si 600, 700 o 900 personas en el Mediterráneo; que se unen a otras 400 que seguían buscando desde el miércoles; suman ya cerca de 2.000 los que se han dejado la vida en esa infausta travesía en lo que va de año. Fueron 3.600 los que se quedaron en esas aguas el año pasado. Se repitieron ayer, como tantas otras veces, las declaraciones consternadas e hinchadas de buenas intenciones de los gobernantes italianos y españoles, del Papa, de portavoces de ONGs… Pero como seguirán reuniéndose cada seis meses para seguir sin ponerse de acuerdo y así pasen los años… La sangría continuará, y ahora que viene el verano y el supuesto buen tiempo en esas aguas, se multiplicarán los viajes a Europa, por Lampedusa, por Almería o por las Canarias, en busca de un supuesto mundo mejor… Porque que nadie dude que seguirán intentando venir.
Uno, que tampoco sabe exactamente cómo solucionar o aliviar este problema –y esta masacre-, pero que tiene claro que la llave maestra serían las políticas de cooperación, lanza un apunte de algo que aprendió no hace mucho, de primera mano. Ahora la mayoría de los inmigrantes provenientes de África están saliendo de Libia, rumbo a Italia. En ese país gobernó durante muchos años un tirano llamado Gadafi, al que hace tres años sus súbditos derrocaron y luego lincharon, con la aquiescencia de los gobiernos occidentales.
Recordemos un poco a este gobernante: tras la caída del Telón de Acero, de cuya tutela se sirvió para molestar, irritar –y hasta atentar- todo lo que pudo a Occidente, al verse desprotegido, Gadafi fue listo y cambió de política. Empezó a intentar ganarse puntos en su relación con los países europeos. Y una de sus bazas fue la inmigración. No es de ahora que subsaharianos y de otras áreas, en guerra o empobrecidas, crucen ese país buscando la salida a Europa. Ese flujo existía desde hace mucho. Pero lo que hizo Gadafi fue contenerlos. Les acogía, les proporcionaba un subsidio, cuando no un trabajo, les mantenía en unas condiciones razonablemente mejores que las que padecían en sus tierras de origen y que les había obligado a moverse. Así se disuadían de cruzar el charco. Se quedaban en Libia, y ese problema se lo ahorraban los países del Sur de Europa.
Pero ahora, tras la llamada Primavera Árabe y el derrocamiento del dictador, en ese ya país no manda nadie. Y aparte del caos que en estos momentos se vive, con los fundamentalistas islámicos haciéndose fuertes, ya no hay ayudas de ningún tipo para los que vienen de allá abajo. Así, Libia ha vuelto a ser tierra de paso, y la siguiente etapa del viaje es lanzarse a la mar. Esto no lo tuvieron en cuenta los gobiernos europeos cuando se desató la revolución en aquel país. Y ahora, el problema que antes no tenían por ese flanco, les está llegando en aluviones de embarcaciones que o no se ven capaces de gestionar o que tan a menudo terminan siendo tumbas flotantes.
Son el tipo de detalles que, en general, los gobiernos occidentales han tendido a pasar por alto en su relación con Oriente Medio. Han colaborado, con mayor o menor empeño, en la caída de abyectos dictadores que tiranizaban a su pueblo. En Irán primero, hace ya 35 años. Luego en Irak o Afganistán, y más recientemente en Egipto, Siria, la propia Libia… Pero se han quedado ahí. No nos hemos parado a pensar en lo que podía venir después, no se ha hecho casi nada por facilitar a esos países una transición pacifica y medianamente sólida, nos hemos pensado que, derrocado el tirano, solucionado el asunto. Y en la mayoría de esos países, lo que ha seguido a aquel nefasto régimen ha sido otro ciertamente peor. Para sus pueblos, y ahora también para los países que supuestamente tratan de mantener el orden mundial y preservar los estados de derecho.
Por lo demás, con Gadafi o sin él, con gobiernos y estados que colaboren o no, que la frenen o la dejen pasar, la inmigración está ahí. Y lo que conlleva, desafío o tragedia, desde luego no lo vamos a resolver con muros, verjas ni poniéndole puertas al mar.