Mucha pena…

Mucha pena 1

Aparte de otras consideraciones culturales, sociales o religiosas, la Semana Santa conmemora un acto de tortura y ejecución pública, para muchos el más célebre e influyente de la historia de la Humanidad. Al hilo de esa efeméride, es por estas fechas cuando Amnistía Internacional publica su informe sobre Condenas a Muerte y Ejecuciones. A la vista del correspondiente a 2014, podemos comprobar que, 1.982 años después, y sin que consten datos de entonces, no estamos para celebrar mucho ni para sacar pecho. Las condenas a muerte en el mundo han crecido el pasado año nada menos que un 28%. Un total de 2.466 personas –recalquemos lo de personas– han sido sentenciadas a la pena capital, y de hecho 607 fueron ejecutadas en 22 países.

Y esas cifras, por muy escandalosas que nos parezcan, no son completas. Faltan datos de China, país en el que las ejecuciones son secreto de Estado, y AI estima que en 2014 se consumaron miles. En total, hay en estos momentos más de 19.000 personas condenadas a muerte en los 55 países que mantienen institucionalizada esta pena. Y entre ellos los hay no tan lejanos ni exóticos. El top 5 de la infamia lo completan Irán, Arabia Saudí, Irak y Estados Unidos.

El informe pretende arrojar una tendencia positiva alargando la vista hasta 20 años atrás, cuando la pena capital estaba contemplada en más del doble de países que ahora. Pero si nos atenemos sólo a los últimos datos, esa evolución parece haberse estancado. Y 2014 viene a marcar una clara regresión. En concreto, siete países reanudaron las ejecuciones: uno europeo, Bielorrusia; otro con el que se mantienen prósperas relaciones comerciales, Emiratos Árabes Unidos; otros de gran atracción turística, como Egipto y Jordania; otros que ha acogido importantes eventos deportivos, como Guinea Ecuatorial y Singapur; y en fin, Pakistán, país de referencia para muchas actividades de escalada y aventura. Se argumenta que otros siete países dejaron de ejercerla durante el pasado año, pero uno de ellos es Nigeria, que entretanto decretó más de 600 sentencias.

Estudiamos la lista completa de todos los países donde se castigan los delitos con la muerte, y ciertamente muchos no nos sorprenderán, sometidos como viven a conflictos perennes, regímenes inhumanos o ancestrales legislaciones –por llamarlas de alguna manera- religiosas o tribales. Pero está por ejemplo Japón, que junto con Estados Unidos se erige supuestamente en representante del civilizado mundo occidental. Y no precisamente con una vigencia testimonial, ya que en 2014 se llevaron a cabo tres ejecuciones allí.

En cuanto a los delitos objeto de la pena máxima, partiendo de la base de que ninguno la debería justificar, se siguen contando las ideas políticas o religiosas, el adulterio, el tráfico o consumo de drogas, la brujería, los delitos económicos, ver películas extranjeras prohibidas… Todo ello sin dar cuenta de las acciones o comportamiento que son simplemente consideradas delito y reciben un imponente castigo. Como la entrada de mujeres en recintos deportivos, sin ir más lejos.

Podrá derrocharse toda la pasión que se quiera, pero las cifras son frías. Y está claro es que la erradicación de la pena de muerte avanza mucho más lentamente de lo que sería de desear. La comunidad internacional expresa toda su indignación contra esta práctica en países y regiones donde la crítica, la denuncia o el boicot no pagan peaje. Pero prefiere mirar hacia otro lado cuando se trata de gobiernos con los que es políticamente correcto llevarse bien. Y por cierto, las estadísticas hablan de estados donde la pena capital es oficial. Luego están aquellos otros donde simplemente no lo es…

En fin, aparte de que hagamos otras cosas, no estaría mal estos días pensar un poco en ello. Y cuando pasen, seguir pensando. Que es mucha pena

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