Los ficus de marzo

Ficus Iyrata rinconcitocanario.com

Cuando marzo todavía era Piscis y al calendario le costaba avanzar, hubo quien de pronto se vio sin saber adónde ir. O mejor dicho, se quedó sin razones o excusas para dejarse ir. Todo lo que le había rodeado hasta entonces cambió, lo que acostumbró cayó en desuso, quien le esperara cada noche dejó de estar ahí. Nadie ya por el foro a quien saludar ni con quien discutir, ni un recodo conocido en el camino para pararse tranquilamente a descansar y contemplar el espectáculo urbano. Las vías y avenidas no eran las mismas, las callejuelas tan visitadas parecían suplantadas por las de otra ciudad menos señorial, los palacios eran panteones y las termas no más que fuentes resecas. Sólo los ficus quedaban en su sitio, pero si viven en latitudes no tropicales y zonas con una larga estación seca, en un momento dado las hojas se les pueden caer.

Se sabe que marzo a estas alturas es tiempo dudoso, de eso que llaman astenia, o cierta querencia a quedarse en tierra de nadie. Cambian los humores, parece que apetece salir y apenas doblas la esquina ya te estás preguntando qué haces ahí. Esos días de plomo parecían por sí mismos destinados a hacerse largos sin en realidad serlo, pero ahora además se habían hecho imposibles. Tantos años de rama en rama o de colina en colina, y de pronto un desierto para andarlo infinitamente y terminar arrastrándose. Tantas noches de abrazos desencadenados y a cambio una casa vacía y una habitación inmensa, imposible de abarcar. Y no sabes qué ha pasado ni por qué. Tratándose de ficus ya se sabe, puedes tenerlo en el salón o simplemente estar en la higuera.

Llevaba el invierno semanas anunciando su retirada pero, como solía, le costaba irse. Se anunciaban cambios más allá de lo meteorológico, pero lo único que se apreciaba era que cerraban negocios, tiendas de toda la vida, franquicias abiertas apenas hacía año y medio. Cada vez menos gente por las calzadas según se apagaba la tarde. Y más soledad. No de la que a veces apetece y consuela, sino de la que va minando las energías y los deseos. Aquellas veladas incontenidas empezaban a ser de otro tiempo, las otrora populosas y animadas fontanas se veían desoladas y ruinmente descuidadas. Sin embargo no faltaba quien aseguraba que las cosas iban así mejor. Cuestión de empatía con los entornos o de ceguera bien calculada, el caso es que la plaza había dejado de ser del pueblo. Los ficus precisan avispas para polinizar, pero son entre 800 y 2.000 especies y cada una necesita su clase de avispa y no le sirve ninguna otra, así de especiales o humanos son.

Digamos por decir que Roma se había acostado una noche esplendorosa y amanecido destruida, la romántica de las cenas en el Trastevere y los paseos por Villa Borghese había cedido paso obligado a la polvorienta y decadente. Allí en la verdadera, en una transitada plaza, queda una estructura de hormigón que recuerda el lugar donde fue apuñalado Julio César, y hoy sirve de refugio para los gatos. Aquí en la impostora, quedan locales vacíos y pisos deshabitados que evocan un pretendido pasado imperial, y hoy si acaso sirven para dar cobertura a la usura. Unos rememoran los idus, otros han de conformarse con los ficus dolientes que emanan látex comestible, venenoso o nada más que irritante.

Pensó entonces aquel alma desubicada que pronto marzo será Aries, el viento entrará con fuerza y alejará todas estas dudas. Los ficus seguirán ahí impasibles, pero alguien habrá descubierto el árbol de la iluminación. Y para cuando llegue abril, todos los que se fueron estarán de vuelta otra vez.

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