Estoy dejando el fútbol de los lunes, ya lo voy avisando, aunque no vamos a dejar de lado el deporte. Preparamos nueva sección que sustituirá a esta, y pronto lo contaremos. Pero circunstancias obligan. Y claro, si hace dos semanas nos explayábamos en la felicidad que vivía el Real Madrid, ahora tampoco podemos hacer mutis por el forro y no decir nada. El Madrid ha demostrado cómo a veces las organizaciones son sus propias enemigas. Y cómo pueden dilapidar una ventaja –competitiva o de puntos en la clasificación- en dos malas tardes o por una nefasta decisión. Apple, dirigida por Michael Spindler en los años noventa, se dejó gran parte de la ventaja tecnológica que atesoraba sobre sus competidores –Microsoft principalmente- al apostar sus mejores cartas a una tecnología –Newton– que sí, era muy innovadora, pero que aún no tenía mercado. La compañía estuvo en un tris de desaparecer, y por suerte para ella –por acierto habría que decir, por la vuelta de Steve Jobs, etc… – hoy puede darse el gusto de mirar atrás y hasta reírse un poco de aquello. Pero muchos allí quedan que saben lo mal que lo pasaron.
El equipo de Ancelotti se complacía con la perspectiva de asistir a su cita en el Camp Nou con cuatro puntos de ventaja. Ahora ve que, de momento, va a llegar un punto por detrás del FC Barcelona. Y el madridismo es consciente de que ellos mismos se han pegado un tiro en el pie. Otra vez, porque la trayectoria de los blancos esta temporada es ir solucionando problemas para generarse otros nuevos. Y ahora ha ido a fallarle lo que tantas veces le ha solucionado los marrones: la pegada. Un gol de penalti en dos partidos importantes no es una hoja de servicios presentable. Su BBC otrora imparable hoy parece oxidada, sin tino y sin recursos físicos ni técnicos. Quizás el problema es que esta organización ha abusado de encomendarse a su célebre trío, descuidando otras facetas de su producción. Y cuando el tridente goleador se le gripa, no tiene, no encuentra otras soluciones.
A aquel Spindler le echó el consejo de administración de Apple con cajas destempladas. Imaginamos que cayó con todo su equipo. El entrenador italiano ha salido a decir que “este es mi equipo, juega mal y yo soy el responsable”. El anterior, todo personalidad y firmeza, se aculó en una situación similar y se defendió diciendo “no tengo equipo”. Con todo, a uno y otro les pueden dar la patada, pero los clubs de fútbol todavía guardan diferencias significativas con las grandes empresas que cotizan en bolsa. Al que manda en el Real Madrid no le van a poner en la calle así como así, y el que decide hacer el equipo, apueste por Newton, por Galileo o por Bale o por Cristiano, es él y solo él. El que venga a gestionar sus decisiones –más mercantiles que deportivas- allá se las arregle, pero si luego no hay Liga ni undécima Champions, nadie es irremplazable menos él.
Pero en fin, también decíamos hace dos semanas que la alegría y la frustración van por barrios. Y en el caso del fútbol, viajan a la velocidad de la luz, y en este caso la luz es el balón. Miren lo feliz que vive hoy Apple, pero le costó unos cuantos años revertir su decisión. Tratándose de Madrid y Barça, esto cambia con dos partidos que salgan bien o mal. Y si sale cara, ya todos felices y aquí no pasaba nada. Y la crisis pasa al otro lado.