El tenis es un deporte individual o por parejas. Pero la Copa Davis es una competición de equipos. Por eso un suizo, por muy Roger Federer que sea, siempre lo ha tenido mucho más difícil que un australiano, un francés, en los últimos tiempos un español o hasta hace no mucho un estadounidense. Excepciones las ha habido, fundamentalmente Björn Borg, que él solito se ganó la ensaladera en 1975. Porque ni Willander ni Nystrom ni Edberg ni etcétera habían nacido entonces como tenistas, y el número 2 de Suecia era un tal Ove Bengtson, únicamente conocido por eso, por haber ganado aquella Davis. Menos una, todas las eliminatorias que ganaron, incluida la final, fueron un 3-2.
Y cuando digo de equipo, quiero decir que tampoco basta muchas veces con tener dos tenistas muy buenos. Cuando íbamos con Moyá y Corretja en los 90, o con Santana y Orantes en los 70, nos siguieron dando en el morro. En cambio, en las que ganó España en 2000, 2004 y 2008 participaron, a lo largo de toda la competición, tres o más jugadores distintos en individuales, sin contar los dobles.
Seguramente Federer era consciente de ese hándicap, y por eso no fue una competición en la que pusiera especial foco durante los mejores años de su carrera, que aunque ahora parezcan lejanos, no se olvide que fueron de 2004 a 2007. Pero el formidable crecimiento de Stanislas Wawrinka, hoy número cuatro del mundo, y la gratificante como inesperada experiencia de los JJOO de Beijing, donde juntos se colgaron el oro en dobles, le han motivado definitivamente. A sus 33 años ha visto la oportunidad y se ha lanzado a por ella.
Con todo, es todo un reto afrontar la Davis con un equipo de dos. Y más si la final la juegas contra Francia, con una importantísima tradición y con cinco o seis formidables espadas acostumbrados a disputar eliminatorias y finales. Que ya se sabe que aquí los partidos a veces no tienen nada que ver con los de los torneos de todo el año, donde cada uno se representa a sí mismo y no se juega más ni menos que su ranking y su dinero. Con esas gradas entregadas y toda esa gente detrás, es frecuente que el pequeño se agrande y el grande se arrugue. Además en casa ajena, en Lille, y en tierra, donde la mecánica de juego de Roger es más susceptible de desactivar. Lo que olvidaron los franceses es que Wawrinka sí que ha sido siempre un excepcional jugador en arcilla, y su revés-látigo a una mano sigue funcionando perfectamente. Luego vendría el ataque de entrenador del capitán francés en el doble.
Por otro lado, las cosas se le han complicado más a Federer en su empeño por la causa, debido a la excepcional temporada que ha llevado a cabo –que muchos ya no se esperaban después de un 2013 en el que cayó al número siete de la ATP. Aunque no haya sido el que ha ganado más títulos, ha resultado ser el que más partidos ha ganado… y el que más ha jugado. La semifinal de la Copa Masters la terminó derrengado a las tantas de un sábado, cuando la “sabia” organización londinense había puesto la final a las siete del domingo. Aun así, muy mal tenía que encontrarse para no salir a jugarla. Había dudas sobre cómo llegaba el viernes con su espalda, y encima su debut en la final ante Monfils fue no decepcionante, sino lo siguiente. Un acreditado periodista especializado, que lleva seis años anunciando su ocaso definitivo, vaticinó que el pobre Roger este año había ido a por todo y se iba a quedar sin nada. Dos días después ha ganado el punto definitivo, sin despeinarse y terminando con una dejada. La primera Copa Davis para Suiza. Con un equipo de dos.
En efecto, hace tiempo que pasó la mejor época de Roger Federer. Después de cuatro años en los que dominó absolutamente el tenis mundial, y en los que sumó 12 de sus 17 grand slams, desde 2008 su físico no tiene la misma pujanza, y ha sido fundamentalmente su impagable clase –nada menos que eso- lo que le ha mantenido a flote y en condiciones de discutirle la hegemonía a Nadal, Djokovic o Murray, también enormes tenistas y bastante más jóvenes y fuertes que él. El año pasado sí que parecía cercano el final, y sin embargo en 2014 ha aparecido rejuvenecido. En Australia sólo le frenó Rafa en semifinales, su octavo Wimbledon se le escapó por un tonto décimo juego en el quinto set ante Novak, el US Open por la sorpresiva irrupción de Cilic, y el Masters lo tuvo que dejar habiendo ganado todos sus partidos. Pero ya tiene la ensaladera. Y puede que este título sea, por el momento en el que le ha llegado, el que hoy le haga más ilusión que ninguno. Pero a la vuelta de navidades volverá a por su decimoctavo grande, que no lo dude nadie. Eso sí, seguiremos diciendo que está acabado.
Federer bien valía una Davis, y la historia del tenis bien vale un Federer.