No son buenos tiempos para los escuchadores. El verbo escuchar no ha dejado de pronunciarse –al contrario, posiblemente se pronuncie hoy más que nunca-, pero sí en gran medida de practicarse. Está cayendo en alarmante desuso. Por mucho que lo neguemos, tendemos a actuar sólo como emisores, y nuestro propio mensaje amortigua la respuesta, la diluye, hasta la obvia. Pero tampoco se escuchará, porque nuestro receptor estará igualmente muy ocupado en lanzar el suyo con gran despliegue. Así de avasalladora se esta volviendo la Comunicación. Y así de unilateral. El esquema clásico se ha viciado, ya no funciona la correspondencia biunívoca, hoy imperan dos correspondencias unívocas, dos unilateralidades que vomitan mensajes y no se entienden.
De lo más cotidiano a lo más universal. De la conversación de bar al discurso político. En los propios medios de comunicación. Todo lenguaje tiende a ir en una sola dirección, grandes trailers de contenido que viajan y se cruzan por las autopistas, pero ni se saludan ni se preguntan de dónde vienen, al final tampoco van a ninguna parte porque no terminan de encontrar su destino. Es que no lo hay, nadie escucha. No te escuchan, no me escuchan. ¿Cuántas veces nos quedamos con esa sensación? Pero nadie cae en la cuenta de que el de enfrente se ha quedado exactamente igual. ¿Cuántas veces nos hemos puesto a opinar sobre cualquier información sin apenas haberla dejado empezar?
Se suponía que los nuevos y potentes canales de transmisión iban a fomentar, a estimular la interacción. Y no ha sido así, o no lo es por ahora. Para lo que ha servido es para que aprovechemos toda esa potencia y todo ese ancho para amplificar nuestro mensaje y dotarle de carga más pesada. Pero las vías de entrada las hemos estrechado, cuando no las hemos cortado al tráfico. Nos prometíamos -y prometemos- que en la era de Internet las empresas escucharían a sus clientes, los medios a sus audiencias, los políticos a los ciudadanos. Y salvo contadas excepciones, la corriente sigue el mismo e invariable curso, todo lo más ha crecido, incluso a veces se desborda, y termina ahogando cualquier intento de réplica, de llamada de atención o de mera pregunta.
Pretendemos presentarnos como ciudadanos de nuestro tiempo, empresas punteras e instituciones abiertas que ensalzamos las nuevas posibilidades y oportunidades de la comunicación. Pero en el fondo no escuchamos más que la radio. Sí, ese va a ser al final el gran mérito –entre otros muchos innegables- de este medio de comunicación que hoy cumple 90 años en España. No sólo ha sobrevivido a todas las innovaciones, fórmulas y revoluciones que han venido a cambiar los sucesivos panoramas de la información y del entretenimiento masivo que hemos ido conociendo. Además puede que sea el único, por ahora, que está siendo capaz de superar esta perversa tendencia de hablar, decir, aseverar y sentenciar sin reparar en nada más. A lo largo de los tiempos, y especialmente en estos, la radio ha sabido hacerse escuchar. No prestamos atención ya a nadie, nos estamos volviendo una sociedad autista, pero todavía escuchamos la radio. Que sea por mucho tiempo.
Este es mi homenaje, aunque pueda parecer hoy algo escéptico y ciertamente un poco rebuscado.