Si las paredes oyeran, estas no podrían más que callar para siempre. Porque esta carreterita transcurre exactamente entre dos bosques urbanos que asustan de espesos. Pero sólo al principio. Es verdad que una vez dentro, como suele pasar con todas las malezas, los árboles no viven adosados y siempre dejan aire y cierta luz entre ellos.
Pero aunque en vez de inocentes bicicletas circularan los más pesados camiones de carga, los frondosos muros amortiguarían cualquier estruendo, y el silencio más allá de ellos permanecerá impenetrable. Nadie va a alterar lo que suceda a un lado y a otro, nadie se va a enterar de lo que pase allá dentro. Caminos bien pertrechados, delicadezas y otras intimidades bien parapetadas.
Muros que nadie osaría desafiar ni derribar. Porque no es necesario en una ciudad que desprecia las fronteras y permite a extraños convivir y conocerse, al fin y al cabo lo verdaderamente relevante es cuidarse y quedar bien cuidado, y vale para todos. Si lo más limpio y despejado puede dejarse querer por lo más tupido e intrincado, no hay razón para negar que aquí se admite la entrada a cualquier. Luego cada uno vivirá a su manera, surcando carreteras o escondido en lo más profundo del bosque.
Por lo demás, el paseo por este desfiladero no es que se antoje solemne y pacificador, es que lo es realmente. De dejarse horas trascendiendo lo banal, desechando los arbolillos menores que regamos cada día, respetables sí, pero insignificantes en momentos como este. La estrecha franja de cielo que dejan ver invita a relativizarlo todo. Para ver más habría que intentar llegar a las copas, y la altura impone. Es un camino entre barreras inexpugnables, pero sin duda protegido y protector.
Led Zeppelin evocaron escaleras al cielo, si hubieran pasado por esto no dudarían en recrear bosques al cielo. Y podrían parecerse, pero nunca sonar igual. Eso sí, ni más lejos ni más cerca, tendrían que haber estado aquí. No hay mal… ni molestia que tomarse.
Byenrique 