En la España de la recuperación los científicos miraban a Houston con el ánimo de al menos poder celebrar el fin de año en Times Square, los ingenieros buscaban la desembocadura del Göta o que no les conocieran las raíces en Flandes, y los de estudios más normalitos aspiraban a Neuchatel, Düsseldorf y otros sitios parecidos. Cualquier cosa mejor que condenados a mirar a Cuenca. Más acá, quedaba formar hileras de caminantes cabizbajos y sumisos, sin pararse ni formar grupos, disfrutar de las mañanas soleadas de invierno y ver los carruajes pasar. Hacer cola en los restaurantes chino-sociales y en las corredurías de milagros, detenerse en los kioskos a leer las portadas, que hay que ver cómo está el Atleti este año, y los más afortunados a buscarse algo rápido con que entretenerse en Internet, lo que dé tiempo a 3 euros el minuto de conexión. Los 50 canales de televisión darían cada día el mismo telediario con parecido presentador y discurso uniforme, luego una telenovela y concursos de destreza y facultades matemáticas o memorísticas, siempre que no sean de la cosa histórica. El periodismo moderno no daba para más.
Los nuevos románticos ya no viajaban en veleros bergantines con allá al frente Estambul, más bien eran los que se quedaban porque no tenían más remedio, y como no había mucho más que hacer, se calzaban una tarde y otra las Nike de pega –las verdaderas no estaban al alcance- para destrozarse sus pies pronadores por esos asfaltos abollados, que los parques eran coto privado, con la excusa de que eliminaban toxinas y frustraciones. El costumbrismo había llegado al poder. El gran solar tomaba forma y ya le habían puesto entradas dignas con imponentes arcadas, una a cada flanco, cuatro como los puntos cardinales que formaban un hispánico rombo entrelazados por la imperial valla que nos protegía de toda esa inmundicia exterior, cayera del Norte o viniera del Sur, que no nos merecíamos realmente.
En esta España emergente los sabios habían descubierto que el agua fría es infinitamente más sana que caliente, y que más de dos horas de luz artificial en casa ciertamente no es bueno para la vista y mucho menos para la inteligencia. Como cualquiera en esta vida puede cometer un error, el barrio madrileño de Malasaña había sido transformado en un faraónico resort con spa de manantiales húngaros y cerámicas orientales, se había decidido que el estadio Bernabéu permaneciera iluminado las 24 horas como icono de identidad cultural, y el Retiro era en un exclusivo campo de golf debidamente vedado a las incursiones. Similares instalaciones campaban en las demás capitales de provincia, que en clave provinciana habían refundido el país, y quedaba más que suficiente espacio y terreno descampado para que la ciudadanía se expandiera a su anchas y disfrutara de este nuevo estado del bienestar y del bien hacer. Los museos albergaban toda la gloria pasada, por eso bastaba con abrirlos al público un par de horas los lunes. Que hay que mirar al prometedor futuro y además las visitas privadas no dañan las telas ni los óleos, hasta un soberano puro pueden fumarse los cultivados de estómago mirándole de cardenal a cardenal al de Rafael.
Había que reconocer, y quien no lo reconociera era un indeseable, que la Gran Vía vacía se veía mucho mejor, permitía apreciar la magnífica arquitectura sin aquellas murgas ascendentes y descendentes que otrora perturbaran lo que ya podía ser un plácido paseo en flamante deportivo sin límites de velocidad. Una sociedad cívica, bien dirigida e instruida, que no necesitara aceras ni plazas donde armar jaleos, esa era la base de una nación que imparable emprendía la vía del progreso. Eran nuevos tiempos, la caciquería costumbrista ya podía citarse a las cuatro para la partida que se prolongaba hasta la una con una cuenta de 200.000 gin tonics con aperitivos en juego, la revancha mañana a la misma hora, pasado ya veremos, las cosas marchan como tenían que marchar y funcionan como tienen que funcionar. Si no fuera, joder, por toda esa gentuza que sigue sin darle la gana trabajar. Por lo menos ya no protestaban, estaban tranquilos y por fin habían descubierto lo amorosa que puede ser la vida viviendo en familia, todos juntos y todos los días bajo el mismo techo, que ya es riqueza y no la valoraban, reunirse a celebrar el domingo escuchando el fútbol por la radio, con unas tazas de achicoria y unas castañas para merendar.
En la España de la recuperación el aburrido y desfasado Hallowen había vuelto a ser la fiesta de Todos los Santos como debe ser, y los cementerios por estas fechas se llenaban de chiringuitos playeros rezumando morcilla y calamar, que noviembre hacía tiempo ya que había dejado de ser noviembre. Corría 2019 o así…