Como tal vez siempre…
Llueve serenamente y de pronto comprendí. Llueve como tal vez siempre me gustó ver llover por los caminos del parque vetusto y alto en el que el tiempo se degusta lentamente, a veces la razón se pierde y yo la dejo perderse un rato. Cae mansa, plácida, intensa, sin parar y sin doler, lo justo para andar despacio, parar un minuto y seguir. Por este templado otoño que empapa pero no aturde, por esta reconfortante soledad y las cuestas que van de la piedra brillante al cemento riguroso, de las campanas cercanas al rumor de fuentes desfasadas, lejos de todo y lejos de mí.
Pueden pasar horas y sentirse cerca el final, pueden cantar y acariciar, detenerse cada árbol y cada banco delante de mí, sorprenderse las parejas adolescentes que me ven deambular. Pensar infinitamente y no agotarme, el repiqueteo destila ideas más fluidas y vienen viejas, trémulas imágenes a reflejarse en los charcos. Si no pude hablar, si mi mente controló, el precio que pagué… Todo se ve con más perspectiva desde aquí. Como tal vez siempre me gustó.
Ciertamente me gustó jugar, preferí no encontrar fronteras entre lo que fuera ilusión o severa verdad, me quedé contemplando, imaginando cómo sería pasar a la acción. Y ni me importó que así se pasara el tiempo, caducaran las fechas, partieran los trenes a las horas avisadas. Yo me he quedado en las estaciones viendo a toda esa gente apresurada, recreándome en el ajetreo y la angustia de no llegar, inventándome historias y dejándolas volar. Nunca me importó el final, quién partió o si alguien cantó.
No hice pactos con nadie, me regodeé en el personaje, le nombré tantas veces y nunca recurrí a él. Sólo conmigo mismo me comprometí. De cientos de novelas que leí me aprendí las escenas y las palabras, las recreé y hasta creí vivir dentro de ellas. Soñé y vagué, pero nunca me quedé. Ahora por este parque reaparecen las secuencias, me saludan tan familiares los héroes y los villanos, los amores y los agravios. Llueve serenamente y los sentidos se despiertan, la memoria ya va engrasada y fluye toda esa vida que por momentos pareció silencio sin piedad.
Llueve como siempre me gustó, pacífica y conciliadora al fin, la frondosa tarde atenúa el dolor y por momentos parece que valió la pena vivirlo así. Aunque mi orgullo te pudiera herir. Cae a conciencia sobre los parterres, en cada alcorque y en cada recodo de mi memoria, ya no importa lo que perdí y o quién cantó, cuánto me dejé en este viaje que al final de todo llegó hasta donde yo lo llevé. Ahora veo y comprendo, siempre cuando vengo a encontrar el Norte recobro la mesura y la lucidez, aquí lejos de todo y lejos de ti.
Desearía que no escampara ni aclarara esta cándida oscuridad, recorrer otra vez estos caminos jalonados de paciente humedad, como por un campo en el que no hubiera alumbrado que encender. Y que no dejen de afluir recuerdos con los que ahora no me importa, hasta es un placer pasear. Sólo espero que al salir de este parque y pisar suelo duro no me asalte otra vez lo que no fui. Temo descubrir esta noche algo en tu mirar que nunca vi.
Sí, como tal vez siempre me gustó, ya lo ves que en realidad he sido así.