Un banco nunca muere, los bancos no van al mar. Aunque sean de la misma la orilla del Cantábrico. Al banquero le ha llegado la muerte tan callando, pero nadie teme por la obra que heredó, que dejó en tierra bien firme y que esta tarde empezará a gobernar su hija, bien armada y respaldada en todos sus accionistas, valedores y posesiones. Un banco ni se crea ni se destruye, sus activos se transforman, en el peor de los casos derivan en un big bang que resulta en enriquecer desmesuradamente a los que lo dilapidaron, empobrecer a los que transitaban en una órbita secundaria y abocar a la miseria a los que seguían de lejos su estela. No será ese el caso del Santander, que dicen sólido, consistente y exultante de poderío. No dará de comer a un plebeyo que no sea suyo, pero no dejará sin palacio a un pudiente. No levantará un país, pero ni tumulto ni cataclismo le sumirá en la depresión.
A Emilio Botín la vida le ha igualado por sorpresa, lo que pasa es que esa igualdad no conforma ni consuela a nadie, y todos asumen que nunca habrá sido igual que los demás. Hoy quien se precie no se a atreverá a decir nada de él que no sea lo que conviene decir. Entre otras cosas porque él era el verdadero monarca y además sigue bien vivo, ya no firmará las cartas y notificaciones pero llegarán igual a quien le tengan que llegar. El Rey ha muerto, viva el banco. El Ferrari seguirá circulando el último de todos los grupos, pero la marca seguirá viéndose y vendiendo por todo el mundo hasta que se canse Ana Patricia, o se harte Fernando, y entonces a otro circo. Nadie habrá visto esta mañana un edificio venirse abajo, ni siquiera tuvo él necesidad de hacer arder ninguno tal que un sábado por la noche. Cuando hizo falta le bastó rascarse 200 millones del bolsillo, todo olvidado y ni noticia ni la menor mención al caso.
Como nadie vio los chorros de dinero que decía que entraban en España, ni se van a ver hoy brotando de los desagües, todo está a buen recaudo y aquí no se mueve ni la cola de una lagartija. Antiguamente era de uso que los deudores asesinaran al prestamista y se acabó la deuda, hoy está todo previsto y bien atado, podrá caerse un avión con 200 banqueros a bordo, pero ningún banco iba en el pasaje. Los bancos de hoy están siempre en tierra firme y no se mueven, aunque sean de Santander. La persona era humana y mortal al fin y al cabo, dejará sus recuerdos, sus frases, su golf y sus cenas, quedarán sus queridos y seguramente sus repudiados. Pero la obra se mantiene intacta por los años y los siglos. Porque esa no era humana sino ciclópea, impenetrable e invencible.
Por mucho que en aquel tiempo se esforzara en decir Manrique “allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos”…Sí, pero los bancos no van al mar.
Pues….eso, Enrique.