Las barandillas sirven en teoría para separar la seguridad de la perdición. Eso habría que suponer. Pero a veces, sólo algunas, no hacen más que molestar la vista, el movimiento y la libertad de lanzarse al vacío. Barandillas ha dado la historia o las hemos tocado, acariciado cada insulso día normal. Esas a las que nos hemos asomado con cierto respeto por no decir temor. O esas que hemos imaginado saltar, inconscientes de lo que hubiera más allá.
Barandillas famosas, emblemáticas, que delimitan puentes inolvidables. O simplemente la herrumbrosa y oxidada de un balcón de tu niñez. Apoyado para no caerte, como quien se apuntala para no saberse en ruinas; o rozándola con los dedos juguetones como si supieras que está pero haces que no existe. Equilibrios inconfesables, el ejercicio innato de los funambulistas de la vida. Subirte y ponerte de puntillas mirando al río, a un precipicio… o a cualquier tesoro que se avisa ahí abajo.
La vida está llena de barandillas, a las que a veces es agradable acercarse y otras nos parece que cuanto más lejos mejor. A veces, sintiéndolas tan al lado, las asumimos y ni somos conscientes del mundo que habita detrás de ellas, que se muere o que se abre, que termina o a lo mejor empieza desde un cero hasta un inimaginable infinito. Las necesitamos para sentirnos seguros, pero ¿y si no existieran viviríamos tal vez más y mejor?
Por no hablar de los amores que se crían en torno a ellas, se entrelazan manos y se abrazan cuerpos, se arriman hombros mientras se hace que se contempla no sé qué paisaje de alguna léase ciudad, póngale cada uno su nombre a la suya y a su magnífica vista preferida. Tan solo me he sentido en alguna, tan innecesariamente acompañado en muchas, tan querido en creo que una o dos. Algún puente queda sin barandilla, pero dime una que no tenga puente.
Pero es que a veces ocurre que te aparece una barandilla por accidente, querías fotografiar un horizonte y lo que te sale es esa formación de pilares que, así asilados y sacados de contexto, se te antojan una superposición de formas caprichosas, de todo punto inservibles. Y te muestran sus miserias, su musgo y sus traicioneras señales de la edad. ¿Dónde me habrá pasado a mi esto? O mejor dicho, ¿por qué me habrá dado por sacar a colación esta?
Barandillas las hay muy bonitas, verdaderas obras de arte. La mayoría, en cambio, no sirven para nada. Si acaso para avisarte de un riesgo que podrías correr… y en realidad negarte la posibilidad de saber que no era tal. Claro que esta vez sí que los hemos corrido. Un poco, a lo mejor…