Cuéntame cuentos cuando me vaya a dormir, pero también cuando me despierte, mientras voy al trabajo y en el en el parque o en un bar. No olvides que no he dejado de ser niño y necesito soñar, trasladarme a otras vidas, vivir en otras casas, crecer en otras pieles. Háblame de lo que creen que no existe, tú y yo sabemos que sí, deja que vuelen puntos y comas con sus alas de cera o de seda y se posen en tu hombro un rato, yo los miro y me quedo con ellos, echo a volar también.
Cuéntame historias de las que no salen en las pantallas pequeñas ni grandes, de esas que encontrábamos en papeles mojados o arrugados, no se leían bien y había que arreglárselas para recrear las escenas y los personajes. A veces se cortaban justo por el final, y teníamos que elucubrar un desenlace, el que pareciera más probable, el que desearíamos o el más difícil todavía. Novelas inolvidables en cien palabras bien ensambladas, epopeyas universales en una página a simple cara.
Háblame de lo imposible, o eso dicen. De hoteles que no admitían huéspedes. De la señora de negro que viajaba en metro voceando canciones de rock, sacaba la lengua a las chicas de moda y punteaba solos de guitarra con el bastón; del ex potentado que montaba en bicicleta de alquiler para ir de su residencia al comedor social, se sentaba y se ponía su babero de Loewe; del hombre-lobo que tenía alergia al pelo y todas las semanas iba a hacerse la cera, le conocían y si coincidía que era luna llena, le cobraban doble. De farmacias donde venden habanos, pianistas con manos de pelotari y magistrados que sirven magníficas pizzas.
Dime tonterías con las que sólo tú y yo nos reímos. Nos miran los demás en clase y se piensan que estamos locos o nos tachan de inadaptados. Mira al profesor de latín con ese pantalón de lino a cuadros escoceses, no hizo falta preguntarte si le habías visto, ya te estabas partiendo. Cuidado que en algunos colegios lo divertido está mal visto, hay que cuadrarse hasta en el recreo y entrar en los despachos y en las salas de reunión con cara de palo y rictus de estratégica tensión. No me adules, no me invites, no me pagues, pero hazme reír por favor.
Cántame fábulas de caminantes ilusos que se creyeron que la felicidad estaba al final del camino, y terminaron por descubrir que el propio camino era la felicidad. De una mochila repleta, bien surtida de objetos y prendas, que según iba gastando etapas y parando en estaciones se iba llenando más y más, hacía acopio de gestos, saludos, nubes y recuerdos, sin embargo cada vez pesaba menos. De aquellas botas que seguían andando de noche cuando el caminante dormía, ¿cómo pueden estar de nuevo embarradas si anoche las limpié?
Invéntate relatos para la ocasión. Ponte la nariz de payaso cuando la tristeza te asola, busca a tu audiencia y no la decepciones. Bébete las lágrimas y pon a funcionar esa cabeza loca capaz de idear paisajes inverosímiles, personajes extraordinarios, situaciones de las que no sabrías cómo salir. Tira millas y algo saldrá, nadie ha dicho que tengan que ser episodios nacionales ni convencionales. Para darles forma siempre tendrás tiempo, y del descontento sale lo mejor, ya ves. Pero abrevia en lo posible. Relatos breves que nunca se terminan porque el corazón sigue y sigue leyéndolos con devoción.
Nárrame aventuras que hayas vivido hoy mismo o que creas que nunca, quién sabe, podrían suceder. Búscalas en el armario de los tesoros ocultos o en el bolsillo de la chaqueta, en algún lugar insospechado guardas esa bola de cristal, la que sólo es tuya. Donde realidades y ficciones se cruzan, se miran, se rehúyen o se dan la mano. Donde puedes hacer que ocurra todo simplemente con un minuto que te pares a pensar. ¿Qué fue de las dos últimas cerillas que quedaron en la cajita? ¿Para qué te lo voy a contar si ya estás tú para imaginar…?
Léeme hojas sueltas que apenas llevan una frase, un mensaje, un deseo, y cabe toda la vida en ellas. Dime que un garabato en una servilleta cambió el mundo, con lo que le costó decidirse, que esas cosas nunca pasan hasta que pasan una vez. Que no era ensoñación que las campanas repicaran un día esa canción, y el sol llega, no siempre te vas a asomar a una ventana permanentemente nublada. Si supiéramos, dos líneas bien escritas entre todos servirían para derribar cualquier muro o desarmar a cualquier ejército, banco o grupo de presión. Y mientras, por mucho que nos manden callar, las historias bonitas nunca dimitirán.
Yo también creo en alas, cuéntame cuentos que aún soy un niño. Y cuando sea mayor, amor, cuéntame cuentos.
Y bueno, no era difícil imaginar por quién va Dieciocho frases brillantes de Ana María Matute, Elpais.com Gracias Ana María, por todo esto.