Transparentes son el cristal y el vidrio, y en general los objetos que están hechos de ambos materiales. Con el término transparencia nos llenamos la boca en Comunicación y Periodismo, además de en otras disciplinas y escenarios de la vida en los que le encontramos significado. Y lo usamos con profusión. Hasta lo hemos convertido en objeto de adoración. Pero ni las personas ni las empresas estamos hechas de vidrio ni de cristal.
Usamos el término transparencia en oposición a opaco, inspirados por la física, y connotando como muy positivo uno y como muy negativo el otro. Es verdad que la opacidad sí existe en la naturaleza humana y por lo tanto en la Comunicación. Cualquiera conocemos individuos, organizaciones, entes, que no reflejan ni dejan entrever sus sentimientos, que no responden, que no cuentan nada de lo que hacen. Hay muchos cuerpos opacos en nuestro ámbito, en nuestra cultura y en nuestra sociedad. Pero transparentes no los hay, no nos engañemos.
La transparencia se elogia y se exige, pero es una virtud técnica y humanamente imposible. A una persona, por mucho que la tengamos delante, no le vemos el hígado, y mucho menos sus pensamientos. Podemos pedirle y agradecerle que hable claro, que se explique bien, que sea sincero o que simplemente aporte cosas, ideas. No necesariamente que hable mucho. Su mirada, sus ojos, su tono de voz, podrán traslucir algo más allá de lo que dice, incluso contrapuesto a lo que dice. Pero serán reflejos que nos invitan a deducir o elucubrar, no una diáfana e irrefutable visión de lo que lleva dentro. Sin algo o mucho de vida interior, no somos nadie.
Del mismo modo, a una empresa o entidad se le puede calificar por sus aptitudes comunicativas. El oscurantismo siempre es mal recibido, y lo que se aprecia es que difunda su actualidad, que genere información, y además sea coherente en lo que comunica, explícita sobre sus logros y también cuando aborda sus problemas. Que responda cuando se le invoca, tanto para sus expresar sus alegrías como para defenderse o justificarse de sus miserias. Pero de ahí a ser transparente va un mundo. Una empresa no va a enseñar de motu propio sus lavabos, sus órganos más íntimos –léase departamentos- o sus papeles más escabrosos, pero tampoco a veces sus tesoros mejor guardados, sus proyectos más deseados. Y siempre, si se precia, va a pensar lo que va a decir para que suene de la mejor manera. Las empresas también tienen su vida interior.
Sin embargo, hemos dado en usar el vocablo como una dádiva que regalamos o negamos a discreción. Podría ser una bonita metáfora, y como tal tendría su sentido. Lo que pasa es que lo muy manido se convierte en vicio. Y como es tan al uso presumir de lo que se carece, proliferan los actores y agentes sociales que la pregonan sin rubor, y a veces producen vergüenza ajena, cuando no simplemente risa piadosa. Fue divertido cómo ayer un entrenador de fútbol –si, del Atlético de Madrid– le llamaba “transparente” a un presidente –del Gobierno, sí- que había manifestado en una entrevista que prefería que cierta final la ganara el equipo rival –sí, el Real Madrid-, y cualquiera percibiría que el calificativo llevaba toda la sorna y mucha segunda intención. Es sólo un ejemplo. Porque cuántas veces habremos asistido al espectáculo de empresas, entidades, bancos, ministerios… que se jactan de haber informado de algún asunto con “absoluta transparencia” sin que a sus portavoces se les caiga la cara o se les encoja la corbata.
Del mismo modo, los medios de comunicación apelan a la transparencia informativa de cualquier institución. De boquilla. Porque bien sabemos que, en los tiempos que corren, no es que sean conscientes de que no existe. Es que ni ellos mismos se la creen ni se ocupan de buscarle el menor destello a las “piedras informativas” que reciben en forma de comunicados de prensa sin opción de respuesta o comparecencias sin preguntas. En la mayoría de los casos, que son muchos, se conforman con la primera versión y la dan por única. Y luego otorgan premios, sí, a la Transparencia.
Podemos en todo caso entender el objetivo de ser cristalinos en la información como un tendente al infinito, como una loable vocación que nos ayude a comunicar básicamente bien y con honestidad. Pero no como un logro tangible en términos de máxima y definitiva pureza. Y suele ocurrir que quienes más demuestran acercarse a ese ideal de transparencia, precisamente son los que menos presumen de ella.
Enrique,muy intersante como siempre el post. Llevo algun tiempo con un término en la cabeza que me parece la continuidad lógica de la transparencia. La trustability o confibilidad. Es decir, realmente esos valores que comunicas, que te crees, que tratas de construir, ¿son verdaderos? ¿realmente los pones en práctica, especialmente cuando hay una situación delicada? Estaré encantado de hablar sobre el tema contigo. Un abrazo