De niño a Iniesta, de Iniesta a Zidane…

Vaya por delante que al FC Barcelona le ha sancionado la FIFA por saltarse una legislación concreta que al parecer desconocía su actual directiva, que ya les vale. Pero no nos engañemos: tráfico de niños, más evidente o más solapado, lo están perpetrando prácticamente todos los clubs de fútbol adinerados de Europa. Ya no son ojeadores que van por ahí detectando promesas de 15 o 16 años e intentando captarles, ahora van a por infantiles y encandilan a sus padres, entran en juego sociedades de inversión, se aprovechan de la necesidad, especulan… Y por un Messi o un Drogba que llegamos a conocer, quedan cientos de chavales anónimos tirados por las cunetas del abandono y familias enteras timadas y desplumadas.

Otro asunto relacionado, más doméstico y al alcance de nuestra vista, es el de los padres de los chicos, ciertos padres quiero decir, pero ciertamente abundantes. Basta acercarse a cualquier partido de infantiles o alevines que se juegue un fin de semana en cualquier ciudad o pueblo de España. Y asistir al espectáculo de esos progenitores desaforados, transformados en hinchas y a la vez representantes de sus hijos, despotricando contra el árbitro –que suele ser otro chaval-, hasta una vergonzosa agresión hemos conocido hace poco. Y no digamos al entrenador de turno que no pone a su hijo o que no le coloca en la posición en la que, según entiende el padre en toda su objetividad, ofrecería su mejor rendimiento. Que si tiene un Iniesta en casa que le sacará de pobre, no va a consentir perdérselo. Eso sí, entre semana se le habrá olvidado llevarle los dos días que toca entrenar, y luego se sorprende de que no juegue de titular, o no le habrá ni hecho caso cuando le advirtió que ese “inepto” de entrenador les había pedido estar media hora antes del partido para calentar. Pobres querubines, lo que tienen que soportar.

Hechos estos incisos necesarios, y tras una jornada de Liga BBVA en la que ninguno de los tres aspirantes al título ha cedido y mantiene al Atlético de Madrid como legítimo favorito a falta de seis jornadas, vamos a por la Champions League, que esta semana conocerá a sus semifinalistas. Como no estamos haciendo esta sección a diario, debíamos un comentario merecido sobre la ida del Camp Nou entre el Barça y el Atleti. Si muchas veces hemos criticado la precariedad de nuestra liga, fundamentalmente por la desigualdad competitiva y las chapuzas de organización, esta vez habrá reconocer que de cara a Europa ganó enteros con este partido. Todo el continente aficionado al fútbol pudo presenciar un duelo intenso, sin concesiones, de altísimo nivel, con dos estilos perfectamente definidos a los que ambos equipos fueron innegociablemente fieles. Faltó la espectacularidad que ofrece el desequilibrio, pero sobró derroche físico y táctico, tensión, rigor y muchos muchos kilates.

Y por encima de todo brillaron las pepitas de oro de Andrés Iniesta. Ese chico ha nacido con una inmensa fortuna futbolística en las piernas y en la cabeza, y quizás con la desgracia de su apariencia física. Si midiera 1,85 y gastara un semblante más robusto y varonil, a saber cómo le luciría. Pero ese pase con el exterior del pie en el gol de Neymar, esos controles pinchándola del cielo, ese manejo del balón como si fuera el apéndice de la bota y, ojo, esos zapatazos que pega tan pequeñito que es… olvídense del físico porque por mucho Andresito que parezca, este es Zidane de la Mancha.

Por otro lado, además de la diferencia de estilos, se vislumbró la diferencia de pegadas, defensas y porteros. Con todo el partidazo que realizaron los de Simeone, manteniendo el tipo sin perder un ápice de su consistencia, al final el resultado lo salva Courtois con tres, cuatro intervenciones excepcionales. Por el otro lado, y sin quitar mérito al chutazo por sorpresa de Diego Rivas ni pretender cuestionar a Pinto, ese balón teledirigido a las cercanías de la escuadra no fuera tal vez más difícil que los que sacó el belga, y sin embargo fue gol. Pero es lo que tienen los partidos de FÚTBOL con mayúsculas. Que cualquier detalle cuenta, cualquier mínima debilidad se hace enorme y decisiva. Las espaldas en todo lo alto, y la vuelta en el Calderón es para estar de guardia y vigilia.

Por lo demás, el Real Madrid es el que parece tener un resultado más claro, de hecho lo es, y sin embargo haría mal en fiarse. Cierto que a este Borussia Dortmund le faltan argumentos con respecto al del año pasado –sobre todo Gundogan y Götze, aparte de que en el Bernabéu no estuviera Lewandowski-, pero siguen teniendo fútbol de ataque, de arrasados por un muy buen Madrid en la primera parte, pasaron a dominadores en la segunda, y no anduvieron tan lejos de un gol que ahora les hubiera tenido muy dentro de la eliminatoria. El martes toca en aquel campo que no es ninguna broma, Alemania tampoco lo es para los blancos, y Ancelotti deberá esforzarse por meter en la cabeza de sus jugadores que no van allí a resolver un mero trámite. A los diez titulares que saque y a ese trabajador autónomo que tiene este año llamado Gareth Bale, que va por cuenta propia y, eso sí, cuando resta lo pagan todos, pero cuando suma también lo cobran.

El Manchester United tiró de orgullo para no dejarse avasallar por el todopoderoso Bayern en Old Trafford. Pero mucho más le va a hacer falta para sobrevivir al Allianz Arena. Y sin Van Persie y muy posiblemente sin Rooney, no sabemos de dónde lo va a sacar. Lo único en que les queda confiar es que a los bávaros, tradicionalmente, se le han dado muy mal las citas con ingleses en su casa.

Y en la última, tememos a un Chelsea herido por la “broma de gol” que les coló Pastore en el descuento de la ida, y que ciertamente, aún elogiando la jugada y la determinación del argentino, parece inexplicable que le roben la cartera así a esa defensa y a ese portero. Aunque los que luego pagaran el pato fueran los delanteros, en las siempre mesuradas declaraciones de su entrenador. El PSG viaja a Standford Bridge a defender su renta sin Ibrahimovic, otro de los ilustres que se queda en el dique, y ya van siendo demasiados a estas alturas de temporada. ¿Es que los malos o los normales nunca se lesionan? Posiblemente sí, pero nos enteramos menos.