Esa foto en El País…

El País cabeceraEsta multinacional sigue existiendo pero creo que cambió de negocio o, mejor dicho, sigue desarrollando aplicaciones de navegación GPS, pero ahora para la industria militar. En aquellos tiempos –hablo del año 1999- pretendía introducirse en mercados más de consumo, y principalmente en el sector de automoción. Nadie conocía la compañía en España y, en fin, esta tecnología aún era incipiente, no al alcance de cualquiera, desde luego los coches al uso no venían con sistema de navegación.

Aprovechando un evento, creo que sobre tecnologías de movilidad, que se celebraba en Barcelona –no, nada que ver con el actual MWC-, esta empresa decidió venir, a ver si ponía una pica en nuestro mercado. Su agencia de PR en Estados Unidos era multinacional, así que contactó con la sucursal española para que hiciera un trabajito por una justa remuneración. Venía el CEO, así que se trataba de agenciarle –qué apropiado aquí el verbo- una serie de entrevistas a lo largo de un día. Business as usual para un ejecutivo español recién ascendido a senior, que ya sabía lo que era lidiar con estos proyectitos. Y conocía perfectamente la presión a la que le someten sus colegas americanos –en este caso de Chicago-, que al fin y al cabo son sus compañeros, pero que por unas semanas parecen sus implacables supervisores.

El de autos fue un día de junio, de calor y sobre todo mucho sol, junto al puerto barcelonés. No me pregunten ahora cómo lo hizo el ejecutivo, qué táctica desarrolló, de qué contactos se valió, pero el caso es que al señorito americano –grande, calvo, con un prominente cogote- no le sobró tiempo, tuvo la mañana y la vaporosa tarde bien ocupaditas. Además de las cinco o seis entrevistas –más de las prometidas-, un reconocido periodista, colaborador entonces de El País, tuvo a bien darse una vuelta en coche con el juguetito, acompañado y debidamente instruido por el delegado de la firma en Barcelona. De éste no habíamos sabido hasta entonces, era el único nativo español. Entró justo ese día en escena y desde el primer momento ya se antojaba uno de estos escépticos de la Comunicación, aparte de un tanto… vamos a decir tocapelotas. Y por otro lado convenía llevarse bien con él por si este ahora proyecto internacional terminaba por convertirse en un cliente local. Del paseo en coche pareció volver, no obstante, bastante reconfortado. Y ya atardeciendo, las estiradas ejecutivas de Marketing de la compañía –hasta la noche anterior notoriamente impertinentes- eran todo sonrisas, thanks, great, good job y esas cosas.

Superada la dura jornada, llegaría el momento de recoger los resultados de aquella batallita. Y una semana más tarde apareció el muy buen artículo publicado en Ciberpaís, el tristemente desaparecido suplemento de tecnología de El País, que por entonces tenía un año escaso. Muy diligentemente, el ejecutivo se encargó de reportar la victoria, no en vano era también la suya. En el e-mail no debía faltar nadie, el CEO, las de Marketing, el de Barcelona, y por supuesto los de la oficina en Chicago, que habían sido los facilitadores de nuestro negocio pero, al fin y al cabo, eran responsables ante su cliente del éxito o fracaso de la operación.

Como era de esperar, todo fueron parabienes por la excelente cobertura, y en especial por la magnífica página en el first national daily. Con la particularidad de que el director de la oficina en Chicago tuvo el detalle de reenviar el e-mail al entonces presidente ejecutivo de la agencia, quien inmediatamente remitió al ejecutivo en cuestión una expresa felicitación con unas magníficas palabras que ahora no recuerda exactamente pero que, indudablemente, le hicieron levitar y engordar. “¿Sabes lo que significa eso?” le dirían luego sus jefes domésticos.

Pero faltaba todavía un último e-mail, el del delegado en Barcelona: “es una pena que la foto que ha elegido el periodista para el artículo no haya sido la que yo le indiqué, que ilustraba mucho mejor el funcionamiento de la aplicación”. Nadie le contestó. Yo, desde luego, tampoco.

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