El señorío en tiempos del cólera

El fútbol, según antológica definición británica, es un juego de caballeros jugado por animales. Me hablan de eso que se llamaba señorío, que pareciera que debe corresponder a unos equipos más que otros, posiblemente porque hubo un club que en tiempos presumió de ello más que otros. Pero es que ya no existen equipos de nobles y de plebeyos, si es que alguna vez existieron, todos compiten y actúan en el mismo teatro. Aficionados majos y repelentes los conozco de todos los colores, sin ir más lejos de mi equipo, faltaría más. Sobradamente ricos y desgraciadamente pobres, honrados, canallas, entusiastas, mezquinos, pusilánimes, graciosos, grotescos, críticos, inconformistas, fanáticos… simplemente encantadores y de todo punto impresentables. Eso a propósito de las aficiones, y si hablamos de futbolistas, entrenadores, presidentes y directivos, pues qué vamos a contar.

Pero sigue pareciendo que no, que el señorío debe corresponder a unos y lo barriobajero a otros. Y si dos equipos sobre el campo se comportan como patanes, pues sólo uno está faltando a los buenos usos y costumbres,ya que a ese debiera corresponderle un comportamiento ejemplar, que el otro ya es así y qué más se le va a pedir. Digamos esto en un Madrid-Atleti, en un Betis-Sevilla o en un Inter-Milan. Pues no señor. Las reglas de comportamiento, educación y competitividad son las mismas para todos. Cierto sea que, cuanto más grande el club, más ejemplar debería ser por lo que representa y por la repercusión, pero eso no es excusa ni licencia para que el pequeño se comporte como un gañán.

El fútbol de por sí es competitivo y se vive con pasión, y sin su dosis de testosterona –o de estrógenos, tratándose de fútbol femenino- no sería lo mismo. Pero decimos dosis, no chorros y fuentes. Una entrada fuerte le cabe a cualquiera, se te puede ir la mano o el pie, admítase una disputa dialéctica, una agarrada en un episodio de tensión, tirar de picardía para sacar ventaja de una situación confusa, de un despiste del contrario o del árbitro… En el fragor de la batalla te puedes acordar de la madre del rival, al final del partido le das un abrazo y le mandas un beso a su vieja. Escupir al césped no es estético, procurar un escupitajo a la cara es asqueroso, y echarle un moco al rival es de un tipo muy guarro. Soltar un codo en un salto puede ser instintivo, meterlo tres veces es ser un cabrón.

Chocar con el portero en un balón que no llegas puede ser un accidente, pero dejar la piernita con los tacos por delante, de paso tropezarte y reclamar penalti, es de miserables. O clavarlos en el muslo del rival indefenso que se tiró a rebañar un balón. Una patada porque llegas tarde te puede pasar, falta y si en al área pena máxima, pero pegarla a destiempo en la pierna de apoyo es criminal. Hacer un baile o una celebración histriónica tras un gol no es para tomárselo a pecho, en todo caso a veces resulta ridículo, echar un corte de mangas delata a un resentido, a no ser que sea holandés –allí significa otra cosa distinta a los demás países del mundo. Burlarle del portero en su cara es de un revenido total. Todo esto del club que sean, se llame Real Madrid o Hércules de Alicante.

Luego están los entrenadores. Puedes acalorarte, exigirle a los jugadores que metan más la pierna –al balón, se entiende-, discutir una jugada con el árbitro, hasta cambiar impresiones con el entrenador rival en mitad de la segunda parte, y ya se sabe que no se van a felicitar las navidades. Valga que vaya hecho una facha y masque chicle hasta en el minuto de silencio. Hombre, esconder el balón al contrario que va a sacar de banda, meter la pierna dentro del campo para cortar el avance del extremo, ya es de dudoso nivel, si es una vez pues fue un impulso irrefrenable, si reincides ya eres un tramposo… Durante la rueda de prensa puedes quejarte del arbitraje en ese partido, o hasta un día dar un puñetazo en la mesa diciendo que ya está bien. Pero quejarte todos los santos días, huele. Más aún despotricar sistemáticamente contra tu máximo rival, afearle los éxitos que tu equipo no ha sabido conseguir. Faltar al respeto a tus colegas, descalificar su trabajo o su trayectoria, pues es de muy mal profesional, diríamos más, de muy mala persona. Seas entrenador del FC Barcelona o de la Balompédica Linense.

¿Y qué decimos de los presidentes? Cada uno hará su gestión, ejercerá sus prácticas deportivas y empresariales de tal o aquella manera, esas cuentas habrá de rendirlas ante su masa social. Pero en un palco, en un acto público o ante los medios de comunicación, ha de comportarse siempre. ¿Cómo puede pasarse un clásico o un derby despotricando como si fuera el hincha del tercer anfiteatro? ¿Cómo puede bajarse al campo a dar una vuelta de honor como si fuera el delantero centro? O cantar “campeones, campeones”, en el aeropuerto bufanda al cuello… Y hacer de cada comparecencia un constante ataque, acoso y derribo contra todo lo que no es él y su circunstancia. Sea el presidente del Atlético de Madrid o del Alcorcón. Ah, y si está imputado, qué decir si le han condenado, mejor quedarse en casa, ya que de dimitir ni hablamos.

En definitiva, el traído y manido señorío es una palabra simplemente antigua en estos tiempos del cólera. Lo que corresponde es ante todo normalidad. Competir al máximo y con todas las consecuencias, pero dentro de lo deportivamente permitido y sin perder la coherencia ni la perspectiva. Y respetar. Al rival por supuesto, pero también a los aficionados, que siguen siendo los que pagan todo este montaje, no lo olvidemos, y ya sabemos que cada vez pueden pagar menos. Pero caballeros o caballos, para todos vale exactamente lo mismo sin excepción.