Rafa Nadal… y lo que lleva a sus espaldas

Que sí, reconozcámoslo, que habíamos vendido la piel del oso. Que con la boca pequeña decíamos que las finales hay que jugarlas, sí, pero en el fondo ya estábamos haciendo cuentas y peinando las estadísticas, los 14 grand slams, el tercer jugador en tenerlos a pares, a tres del mejor récord de la historia, etc. Total, ¿quién no hubiera firmado antes de empezar el torneo jugar la final contra Wawrinka? Y luego la vida te da sorpresas, o la suerte te da la espalda, y nunca mejor dicho en este caso.

El caso es que Rafa Nadal ha vuelto a ser grande en la derrota, como acostumbra serlo igual que en la victoria. Y lo que ha venido a demostrarnos, que parece que no nos acordamos, es lo difícil que es ganar un grande. Juegas al máximo durante dos semanas, arrasas a Monfils, superas a un tremendo Dimitrov, frenas en seco a un renovado Federer, vences al calor, a las ampollas… y el último día se te gripa el cuerpo. Es que nos hemos acostumbrado de tal manera a verle levantar estos trofeos, que ya nos pensamos que esto es como ganar la partida de mus en el bar por la tarde.

Pero conquistar uno de estos cuatro grandes que se juegan cada año cuesta un mundo. Si no, que se lo pregunten al bueno de Stanislas, ahora que tiene uno, que vea mañana el partido en diferido y notará cómo le tiemblan las piernas, como le ha temblado hoy unas cuantas veces el brazo a partir del tercer set. Y preguntemos a tantos excelentes tenistas de hoy –Berdych, Tsonga, Ferrer… – y de siempre –Guillermo Coria, Fernando González, Marcelo Ríos, Corretja, Tomy Haas… – que no han podido ganarlo nunca. Los 13 que ha conseguido reunir Rafa hasta hoy son una proeza, descomunales son los 17 de Federer, como los 14 de Sampras, impresionantes los 11 de Borg cuando, ojo, sólo se jugaban tres majors al año, porque Australia prácticamente no contaba en su época, los de Connors –que sí ganó en Melbourne-, McEnroe, Agassi… Espero que a los irreductibles optimistas nos sirva de lección. A él no, él ya sabe que esto es así.

Por lo demás, Wawrinka ha terminado de certificar la progresión que emprendió el año pasado, solidez física y mental añadidas al mejor revés del mundo, que dicen por ahí –con permiso de su paisano Roger, claro está. Y tenemos, desde Del Potro en el US Open 2009, al primer ganador de un grand slam que no pertenece al póquer de ases que viene dominando el tenis mundial –ya saben, Djokovic, Murray, el de Basilea y el de Manacor. Y para encontrar al anterior, hay que remontarse a Marat Safin, en Australia 2005. Tres de 37, no está mal. Bueno, y si descontamos los dos de Andy, tenemos que 35 grandes se los han repartido entre un suizo, un serbio y un español. ¿Y los estadounidenses? Andy Roddick fue el último, en el US Open 2003, para 11 años va.

Y en fin, ha llorado Rafa, algo que por una o por otras suele suceder en este torneo. Supongo que de rabia más que de dolor, por terrible que éste fuera. Verdad es que el australiano viene siendo el más esquivo de los grandes, el que más –con perdón- le ha dado la espalda. A pesar de su victoria hace cinco años –cómo pasa el tiempo, caramba-, es donde más percances e infortunios ha sufrido. Ausente en 2006, en 2010 hubo de retirarse en cuartos ante Murray, en 2011 perdió en la misma ronda lesionado ante Ferrer, y el año pasado tuvo que saltárselo. Por eso, a lo mejor, es el que más ansias tenía de ganar. Tendrá que ser el próximo, pero tampoco le vamos a pedir ni exigir nada, estaría bueno. Aunque todos quisiéramos más, nos vale con creces lo que Rafa Nadal lleva –ahora sí- a sus fuertes y hermosas espaldas.