La “tele” sigue siendo el medio estrella, el cuadrado mágico en el que todos quieren salir, y sobre todo que les vean y, claro, verse bien. El que más ilusión hace y el que más respeto da. Quien más y quien menos, cuando ejerce de portavoz –de alguien, de algo o de sí mismo- piensa que sabe desenvolverse perfectamente en cualquier otro escenario –generalmente se equivocan-, pero cuando se ven o se imaginan ante el montaje asociado al acto televisivo –el plató, los sofocantes focos, la insidiosa cámara…- se alteran y se sienten inseguros. Entonces piden ayuda.
En realidad, en términos de Comunicación, “salir” en televisión no tiene por qué ser tan diferente a comparecer en otros medios en los que no “se sale”. Cierto que hay un componente añadido fundamental, que es la imagen. “La TV es alguien que habla con los ojos”, se ha dicho. Y no cabe duda de que así es en gran medida. Pero no perdamos la perspectiva. Lo que se comunica, siempre, es un contenido, un mensaje, y esa es la primera asignatura que debemos dominar. Una buena presencia y puesta en escena servirá, indudablemente, para reforzar el discurso. “El medio es el mensaje” de McLuhan sigue vigente, pero además hoy los tiempos demandan, más que nunca, transmitir “algo” nuevo, relevante y diferenciado, y hacerlo con naturalidad. En cualquier medio.
Se habla, se escribe y se imparte mucho sobre técnicas televisivas, y no está de más, todo lo contrario. Pero existen una serie de técnicas fundamentales a conocer por todo portavoz, en cualquier escenario. Aquí, particularmente, las hemos denominado y desarrollado como Las Siete Reglas del Portavoz (enumeradas: 1. Tu mensaje es lo primero; 2. Sé breve; 3. No inventes; 4. No niegues; 5. Busca puentes; 6. La competencia ni tocarla; y 7. Sé ameno y didáctico). Pero se podrían resumir en que lo principal es saber lo que queremos decir (primera regla, y no tan fácil ni habitual) y luego saber cómo lo queremos decir (las otras seis). A nuestro juicio, quien maneje a la perfección este manual no debería tener problemas para desenvolverse, ya sea cara a cara, ante una grabadora, frente a un micrófono o en un frío e inhóspito plató.
Por supuesto que hay que cuidar las formas, esas en las que tanto se incide. La comunicación asertiva es fundamental, exponer de forma clara y sin titubeos, con buenos argumentos y con elegancia y corrección. Ante la pregunta de por qué nuestro producto o nuestra propuesta es la mejor, ni responder “bueno, pues yo creo que sí” ni “no le quepa la menor duda…”, sino más bien “creo sinceramente que es la mejor por esto, por esto y por esto (poniendo en juego la batería de argumentos que tenemos preparados)”. Pero en realidad, toda comunicación debería manejar este registro, no sólo la televisiva. Y por supuesto que es recomendable evitar las coletillas, las vacilaciones, los lugares comunes… en realidad, si tenemos claro nuestro mensaje, nos será mucho más fácil no caer en ellas. Y como la naturalidad prima hoy mucho más que antes, tampoco se trata de esforzarnos por parecer lo que no se es. Un ciudadano que se exprese correctamente normal y tenga un buen contenido que contar, llegará mucho más a la audiencia que una voz engolada y una pose perfectamente estudiada detrás de las cuales no hay nada. Quizás antes no fue así…
Y claro que está la puesta en escena. Hay que ir concentrado y relajado, la mirada despejada y que no transmita dudas ni pesares; vestir apropiadamente, de acuerdo a la audiencia y a la situación, pero sin renunciar al estilo propio, y ante todo cómodo; evitar las rayas muy marcadas, los colores chillones, los brillos, optar mejor por tonos fríos; tener cuidado con las joyas y los complementos aparatosos; evitar gesticular demasiado pero tampoco parecer una esfinge, controlar esas manos que a veces se nos disparan, buen truco sostener algo como un bolígrafo… Antiguamente se instaba al entrevistado a que mirara a la cámara, ahora da mejor sensación mirar al entrevistador, como si se tratara de una conversación normal, aunque siempre se debe ser consciente de que la verdadera audiencia, a quien queremos comunicar, es la que está detrás, tanto del interlocutor como de la cámara.
Para las empresas y directivos que demandan Formación de Portavoces, la faceta televisiva suele tener un gran gancho, por ese objeto de deseo y a la vez temor al que aludíamos arriba. Hay formadores que lo ofrecen como su asignatura estrella, y algunos saben organizarlo muy bien, con un muy logrado realismo, recrean el ambiente y hasta contratan a presentadores conocidos. No olvidemos que la práctica es un atractivo esencial de estos cursos. Y no nos engañemos, el que se somete a ellos suele ir pensando casi exclusivamente en salir airoso de ellas. Luego, al final de la sesión, se da cuenta de todo lo que ha aprendido, más allá de cómo le haya salido el “examen”. Que al fin y al cabo no se trata de examinar a nadie. Al contrario, se trata de ayudar para aprobar el verdadero test, cuando la prueba sea absolutamente real y sin red. Y para eso hay que aprenderse la lección fundamental. La tele son unos ojos que hablan… y una cabeza que sabe lo que decir.