Recuerdo hace años, jugábamos una eliminatoria de Copa Davis frente a Suecia, y nos las prometíamos muy felices porque teníamos a Carlos Moyá y a Alex Corretja, ambos por entonces en el top 10 de la ATP. Nos dieron un repaso muy considerable, y al lunes siguiente una colega sueca me lo explicaba: “es que nosotros jugamos como un equipo”. Con el tiempo lo comprendí. En efecto, la Copa Davis es una competición de equipo, por mucho que los enfrentamientos sean uno contra uno, o dos contra dos. España lo consiguió al fin, además de contar con Nadal y con otros grandes jugadores, y por eso pasó de no tener ninguna a alzar cinco ensaladeras en los últimos 13 años. Tener un buen equipo no implica necesariamente contar con mucha gente, aunque sin duda ayuda. Fíjense en los checos: tienen a uno de los seis mejores del mundo, Berdych; a un veterano súper fiable, Stepanek, que además le pone lo que hay que poner y se crece en los momentos importantes; y ambos se juntan y forman un dobles que lleva 14-1 a su favor en este torneo, el que perdieron fue contra Verdasco y Feliciano en la final de 2009. Es decir, que con dos hombres la República Checa tiene un equipazo que ha alzado ya dos Davis seguidas. En el polo opuesto vemos a Argentina, siempre con grandes individualidades pero ahí siguen quedándose siempre a mitad de camino y mirándose los unos a los otros; y Serbia, que es Djokovic, y si Tipsarevic se lesiona, pues no tiene más, por mucho que la gente de Belgrado empuje y conviertan el pabellón en un akelarre.
Otro ejemplo de equipo es el Real Madrid de Baloncesto, del que se está hablando tanto estos días. Gana de 20 o más, pero sobre todo entusiasma, llena el Palacio de los Deportes hasta contra el Obradoiro, y lo hace vibrar. Sí, hay grandes talentos en su plantel, pero la mayoría estaban ya con el anterior entrenador, el glamuroso Messina, y aquello, recuérdenlo, era un despropósito. Este en cambio sí es un verdadero equipo. Pablo Laso va por su tercer año trabajando con ellos y ha ido formando un bloque unido. Solidario, se conocen bien, disfrutan dentro y fuera de la cancha, quedan para ver juntos los partidos del equipo de fútbol, entrenan con ganas… y todo eso se nota en los partidos. Que Felipe Reyes meta un triple de espaldas es suerte, pero que lo lance así ganando de veintitantos a cuatro décimas del descanso demuestra que estás contento y te atreves con la frivolité, energía positiva. Luego, como debe ser en una orquesta, cada uno tiene su papel y todos lo asumen, hay un quinteto titular y luego sale la Unidad B –con Sergio Rodríguez y Carrol, ojo- y al final participan todos, raro el partido en el que la estadísticas de alguien se quedan a cero. La temporada es larguísima, no digamos la Euroliga que es eterna, y está por ver lo que este Real Madrid consigue al final. Pero a día de hoy da gusto verle, se te pone una sonrisa en la cara. Y eso no nos lo quita nadie.
En fin, podíamos citar más ejemplos, actuales y de la historia de los deportes, de grandes equipos que lo han sido por funcionar como tales. Sí, el Barça de Guardiola, o ahora el Atlético de Simeone, y la selección española de estos benditos tiempos. El Rugby es un claro ejemplo de juego en el que si no se funciona colectivamente, los 15 para los 15, no hay nada que hacer. Pero también en deportes de naturaleza individual, como el tenis, es necesaria esta química cuando se juegan competiciones en asociación. Qué decir del golf, la transformación que experimentan todos esos egos cuando se juntan en la Ryder Cup. Un equipo es más que una suma de hombres y nombres. Algo que estaría bien que entendieran tantos dirigentes y presidentes de clubs, que están pendientes más de sus activos que de sus personas. Y claro, más que equipos, lo que terminan creando son grandes equívocos.