El Imperio ha contraatacado

El Imperio ha contraatacado

Según lo miremos, a lo mejor no fue tan nefasto todo el Siglo XX. Si intentamos tomar un poco de distancia y aplicar la perspectiva que cobramos, podemos aventurar que su segunda mitad dejó signos esperanzadores de que este mundo podría llegar a ser mejor, más justo, igualitario y habitable. O por lo menos que hubo una cierta toma de conciencia que se tradujo en acciones. Una vez superado, o por lo menos adormecido, el clima bélico con que se coció a lo largo del XIX y estalló con las dos guerras mundiales, se extendió en el plano internacional una convicción de que aquello no había de repetirse, y una determinación a erradicar los regímenes totalitarios, como factor generador de injusticia y conflictos. Todo con sus excepciones, claro está, que el mundo abarca mucho y no todo llega a todos los rincones. Pero hablamos quizás de una tendencia general.

A esta corriente pretendidamente ética y pacificadora, añadamos el salto cualitativo que se produjo a partir de los años 60, con una nueva generación intrépida y un chorro de frescura ideológica que propugnaba cambios en las reglas y en los valores que hasta entonces habían regido y nadie había cuestionado. Mitigada su pasión inicial, estos movimientos, en su gran esencia ilusos y utópicos, fueron dejando poso en iniciativas políticas y sociales más realistas que, poco a poco, fueron ganando posiciones en los escenarios de la opinión pública y, progresivamente, en los parlamentos y en los gobiernos. Bien es verdad que la Guerra Fría propiciaba un obligado equilibrio, ya que ninguna de las dos fuerzas dominantes se atrevía a exceder sus planteamientos, a riesgo de tensar la cuerda tanto que se rompiera, y desembocara en la gran conflagración que todos querían evitar. Pero lo cierto es que ese escenario de tensión controlada propició que en muchas partes del mundo triunfaran opciones moderadamente progresistas, frente a otras razonablemente conservadoras, que al menos coincidían en gobernar y administrar para algo más que para las élites. El poder económico no tuvo más remedio que hacer alguna concesión, escaldado además como venía de la Crisis del Petróleo. El Imperio tuvo que echarse algunos pasos hacia atrás.

Empezó a hablarse del tan manido estado del bienestar, más gente pudo acceder a bienes y servicios que hasta entonces estaban sólo al alcance de unos pocos: estudiar una carrera, hacer un viaje, operarse, tener derecho a una pensión… Crecía la clase media como un gran embalse en el que cada vez más colectivos, hasta entonces desatendidos, podían primero mojarse los pies, y luego más o menos plácidamente navegar. Los sistemas mixtos permitían que la iniciativa privada se desenvolviera y ganara o perdiera, pero los servicios básicos podían extenderse para cubrir a más gente. El desarrollo tecnológico parecía que iba a jugar a favor, al fin y al cabo su razón de ser eran hacer la vida más fácil a la gente, aunque al mismo tiempo sirvieran para hacer muy ricos a quienes trajeran las mejores ideas y triunfaran. Una fórmula que no dejaba de ser razonable. Y si la tecnología propiciaba un mundo más global, éste debía servir para ayudar a que la gente conociera, contactara, hiciera negocios o ayudara a más gente.

La baraja empezó a romperse con el desmoronamiento, por su propio peso insostenible, de una de las dos superpotencias que gobernaban la tierra. La otra parte, azuzada por sus ideólogos más extremistas, no sólo se sintió vencedora, sino que se convenció aún más de que tenía toda la razón y, sobre todo, de que ya podía hacer lo que le pareciera sin estar pendientes de soliviantar al enemigo, sin formas que cuidar, sin escrúpulos que respetar. El poder económico esperó en principio, pero en cuanto se vio libre de ataduras y además constató que no le salían las cuentas, dijo “hasta aquí hemos llegado”. Seguro de que nadie podría detenerles, sus ejércitos empezaron a tomar posiciones. Se acabaron las concesiones a esos rebeldes.

La ofensiva estaba perfectamente planteada. Entretanto, aquella ilusión de finales de siglo llegaba ya abotargada, desfondada e indefensa en los inicios del XXI. Así no fue difícil ir desmantelando sus defensas, una por una, además entre aplausos y vítores de los pueblos que iban reconquistando, que se creían liberados. Escépticos de que aquel mundo que les proponían fuera en realidad mejor, ignorantes de que lo que ahora defienden es el retorno a la miseria e inexistencia en la que siempre habían vivido. Los fieles y eficaces comandos tenían muy clara la estrategia a ejecutar, empezando por cortar los cauces para desecar el embalse; y las tecnologías, tan bien planteadas y con tan goloso potencial, lo fundamental que tenían que hacer era trabajar para ellos, pues en el fondo suyas son y de sus capitales son. El nuevo mundo, que apenas había llegado esbozarse, ha tenido que replegarse hasta nueva oportunidad. El Imperio ha contraatacado, el orden ha vuelto a la Galaxia y lo que algunos empezaron a soñar, sueño fue y congelado está.

(Ahora, si quieren, pongan esta disertación en texto corrido ascendente con los párrafos perdiéndose en la inmensidad del espacio…)

El Imperio ha contraatacado II

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