Un poco de batallita si que hay, y también algo de nostalgia, en esta historia que voy a contar hoy. Pero ante todo, lo que espero es que sea útil y que ilustre, porque lo que traemos es, simplemente, un buen ejemplo de alguien que aprendió a comunicar muy bien. Y si prefieren ir directamente al final del cuento, no tienen más que ver este vídeo Entrevista Rosa García en Hoy por Hoy, Cadena SER. YouTube y ya lo entenderán todo.
Rosa García es una madrileña que estudio Matemáticas y, muy joven, entró a trabajar en el departamento de Soporte Técnico de Microsoft, cuando en la filial española de esta empresa trabajaban ¿15, 20 personas? en los bajos de un piso de viviendas en Tres Cantos. Un cierto día recibieron la visita de Steve Ballmer, el entonces número dos de la compañía y que hoy apura sus últimos días como presidente. Reunido con los empleados, algo debió decir o preguntar la pequeña Rosa que al voluminoso y enérgico directivo debió dejarle huella. Sí, algo vio en aquella chica menuda e inquieta, porque al poco la llamó para que se fuera a trabajar directamente con él. Y cargó con todo y allá se marchó. Era 1995, en 2000 fue nombrada nada menos que directora general mundial de Ventas y Marketing de Partners. Y en 2002 regresó a España para ser la consejera delegada de Microsoft Ibérica. Que ya debía contar con alrededor de 400 empleados.
Sustituía Rosa en el cargo a Francisco Román, que se incorporaba a Vodafone como consejero delegado. Y que, aparte su gestión en un momento muy delicado para la compañía –en todo el apogeo del durísimo juicio anti-monopolio en Estados Unidos– fue, y es lo que aquí nos compete, un excepcional portavoz. Elegante, medido y preciso en sus declaraciones, con un toque humanista que elevaba el nivel de su discurso, que en esta empresa siempre había sido eminentemente tecnológico y de producto, pero que en esos momentos debía adoptar un enfoque más corporativo y un tono más cercano y comprometido. Pero Rosa era Puro Microsoft, la influencia de Steve Ballmer le salía por los poros, entusiasmo y fe a raudales en lo que hacían y en lo que vendían.
El aterrizaje –y nunca mejor dicho- de la nueva consejera delegada en Madrid fue un terremoto. Apenas bajada del avión, ya estaba delante de los medios, en una multitudinaria rueda de prensa que alguno comentó que asemejó una boda de pueblo. Ya era relativamente conocida Rosa García en los medios, como ejemplo de ejecutiva española que triunfa fuera de España y asciende a puestos de alta responsabilidad en una gran multinacional. Pero muy pocos periodistas la habían tenido delante. Llegaba con su acento marcadamente americano, como también americana la forma de vestir, pero no precisamente de Nueva York sino de Seattle. Bien formada venía, no en vano Microsoft concede importancia capital a la Comunicación, y ciertamente los mensajes se los sabía al dedillo, como no podía ser de otra manera viniendo de las esferas de donde venía. Sólo que la forma de transmitirlos no es igual allí que aquí. Derrochaba pasión, energía arrolladora, ideas a borbotones, pero el estilo a muchos les resultó chocante. Es más, a unos les pareció agresivo, hubo quien la tachó de cursi, y hasta quien, muy injustamente, la calificó de chabacana.
No tardaría la nueva consejera delegada en empezar a demostrar su potencial. Lógicamente, las peticiones de entrevistas en las semanas siguientes a su llegada fueron ingentes. No se podía atender a todas, pero se trataba de aprovechar el tirón mediático para realzar su figura, y con ella la imagen de la compañía, siempre muy zarandeada por el entorno, la competencia, las instituciones… Así, emprendió una intensa gira por redacciones y emisoras de radio. Y una de las virtudes que demostró en seguida es que sabía y quería aprender. Su tono fue pausándose, naturalizándose, el mensaje no dejaba de ser el mismo –el de Microsoft- pero llegaba mucho más dulcificado. Supo integrar en su discurso ingredientes amables como la conciliación de la vida profesional y familiar, su condición de mujer directiva, su visión de quien que vuelve a España después de haber triunfado en Estados Unidos, la diferencia entre la vida y los negocios allí y aquí… Pero sobre todo empezó a explotar su encanto personal y un don innato de explicar las cosas con sencillez, de hablar de tecnología como algo tan normal, de cómo nos ayuda en nuestra vida diaria, siempre poniendo ejemplos que cualquier público entendía perfectamente.
En una de esas visitas, reunida con los altos directivos de la Cadena SER, el director general en aquel tiempo, Antonio García Ferreras, llegaba un tanto abotargado de una comida seguramente densa, y después de un rato escuchando a Rosa empezaron los ojillos a abrírsele y a moverse; sentado en el otro extremo de la mesa, el consejero delegado, Daniel Gavela, atendía sin decir palabra hasta que, de pronto, irrumpió en la conversación: “La Ventana, hay que traerla a La Ventana”. Alguien que asistía a aquello sin meter mucha baza se quedó con la copla, al fin y al cabo ese era su trabajo, tomó la idea y no paró hasta que, en efecto, unos meses después Gemma Nierga la entrevistaba en el programa estrella de la tarde. De ese “contubernio” pudo salir algo todavía más importante para Microsoft y sus entonces necesarios contactos en la alta política. Pero que me conste, no fue adelante. Al fin y al cabo, pienso, pocos sospechaban que el en ese momento líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, iba a ser presidente del Gobierno en apenas unos meses.
Por entonces, la mujer directiva de referencia en nuestro país era Amparo Moraleda, presidenta de IBM. Y yo pensaba que, en la faceta de comunicadora, la señora García se la iba a comer con patatas en cuanto puliera un poco más su diamante en bruto. Luego, por razones profesionales que no vienen a cuento, dejé de seguirla tan de cerca. El caso es que, cuando ocasionalmente tuve ocasión de escucharla, me pareció que no había evolucionado como se esperaba, se había estancado en el mismo discurso que ya se quedaba un tanto pequeño, no puedo decir honestamente por qué ni a qué o quién pudiera deberse, a lo mejor era que el propio ideario de Microsoft tampoco daba mucho más de sí en esos momentos. En 2008 dejó la dirección de la oficina española para pasar a un puesto de responsabilidad en Europa, para poco más tarde dejar la compañía. La que había sido de su vida.
Aunque mantuvo varios puestos en directivas y consejos de administración, fue en 2011 cuando volvió a la arena empresarial, como consejera delegada y presidenta de Siemens. Y cuando volvió a salir en los medios, esto es, a ser portavoz. Siempre me fijo en ella cuando sé de una entrevista o intervención en un programa. Y lo que me fascinó, casi desde la primera vez que la escuché en su nuevo puesto, fue comprobar que ahora sí había completado el ciclo. Ignoro completamente los entresijos, qué ha hecho en este tiempo, con quién ha trabajado, quién la ha asesorado. También es verdad que su nueva compañía, sin ser el torbellino tecnológico y mediático que siempre fue Microsoft, es una sólida organización alemana con más de un siglo y medio de historia, con cuatro veces más empleados que la de Redmond y un largo recorrido en ámbitos como la Industria, la Energía, la Salud y las Infraestructuras. Y Siemens siempre gozó de una muy significativa presencia y participación en importantes proyectos en nuestro país. Todo ello ayuda a elevar el vuelo, a enhebrar un discurso de mayor calado, centrado en la innovación y en la contribución al desarrollo económico, que además discurre necesariamente por instancias muy altas.
La cuestión es que sus intervenciones en estos dos últimos años han cobrado madurez y aplomo, sin perder aquella sencillez y ese punto de ilusión. Antes era lo que las personas y las empresas pueden llegar a hacer con la tecnología, ahora además es lo que pueden llegar a hacer las sociedades y los países. El documento que traía –ya tan arriba de esta página- es simplemente un ejemplo, se trata de la entrevista que la semana pasada le hizo Pepa Bueno en Hoy por Hoy, en la Cadena SER. Sí, es radio, aunque suponemos que ella sabía que también se estaba retransmitiendo en streaming. El caso es que merece la pena verla tanto como escucharla. Porque es una perfecta demostración de cómo se pueden combinar buen contenido y naturalidad.
Y en serio, ¿a qué político recordamos haber visto en mucho tiempo comunicar así? El ¿increíble? No, el creíble caso de Rosa García.