¿Pensaste alguna vez que combatir la hambruna en África o ayudar a desbloquear un conflicto armado pudiera ser una buena oportunidad de negocio para una empresa? Me refiero, claro, a una que no se dedique a la venta de armas o a la especulación con alimentos. Leo en los blogs de Sociedad de El País este artículo, El Negocio de los derechos humanos, escrito por Yolanda Román, y si me lo termino de creer, no deja de ser esperanzador. Está basado en la presentación en Madrid del libro Just Business: Multinational Corporations and Human Rights a cargo de su autor, John Ruggie, profesor de Harvard y que ocupó un puesto en la ONU.
Me quedo sobre todo con su frase “no conozco ninguna empresa que haya quebrado por tratar a las personas decentemente y respetar los derechos humanos; sin embargo, que una empresa se arruine por no hacerlo es muy posible”. Sería una perfecta declaración de principios universal que rigiera la práctica empresarial, y que no sé si llegará a hacerlo en el futuro, pero desde luego pienso que hasta ahora no lo ha hecho. No obstante, el autor se muestra más que optimista en cuanto a que, en efecto, las organizaciones se están dando cuenta de que no sólo es responsable y de buen gusto invertir en Derechos Humanos, sino que además es rentable.
Obviamente, hemos visto muchas empresas, multinacionales y locales, que colaboran con ONGs, promueven y desarrollan campañas solidarias, envían empleados en misiones de voluntariado, apoyan financieramente proyectos de cooperación… Pero no ha dejado de dar la sensación de que fuera un peaje, como la bula que pagaban los curas para comer y pecar sin cargo de conciencia, mientras condenaban a los infieles comedores y pecadores. Sabemos, por ejemplo, que las compañías que más se esfuerzan por realzar en su comunicación y su publicidad corporativa su respeto y compromiso con el medio ambiente, son precisamente las que más contaminan y degradan el entorno con su actividad. Pues lo mismo ha podido decirse de las que emplean a niños en sus fábricas, las que ofrecen unas condiciones miserables de trabajo, las que pactan con gobiernos tiránicos y corruptos, las que no se cohíben de incluir ingredientes venenosos en sus productos… y luego salían en la foto de la mano de UNICEF, colaborando en festivales benéficos o anunciándose por la convivencia entre razas.
Peor a lo mejor es verdad que estamos ante un giro, un cambio sustancial en la actitud empresarial. Es verdad que ahora las conductas están mucho más vigiladas, los consumidores viven mejor informados y gozan de mayor capacidad de participación. Los valores, permítanme la redundancia, ahora se “valoran” más. Quiero decir que dudo mucho que a un Consejo de Administración al uso le empieza ahora a preocupar más la situación en Somalia que un imprevisto estancamiento en sus ventas. Pero si les empieza a tocar donde duele, a lo mejor se plantean algo. Por ejemplo, que sus camisetas ya no las compra la gente si cuando que han sido fabricadas en países subdesarrollados y se sospecha lo peor.
Hasta ahora, no nos engañemos, las iniciativas de las empresas en pro de los Derechos Humanos han sido más Marketing y Comunicación que otra cosa, y la Responsabilidad Social Corporativa todo un género en el que han cabido, como en un gran saco, todas esas campañas, eventos, anuncios, fotos de familia… No está mal, mejor eso que nada, y además hemos conocido algunas acciones verdaderamente encomiables. Pero no deja de ser una estrategia más encaminada a fabricarse una buena reputación para vender más.
Lo que propone y hasta vaticina John Ruggie, o al menos eso es lo que entiendo, va mucho más allá. Que el compromiso no se quede sólo en la imagen, necesaria sí, sino que se vea además en la propia práctica corporativa, comercial y productiva de la empresa; en el ejercicio diario de su actividad en relación con su entorno; en el respeto por las personas, empezando por los propios empleados, siguiendo con su comunidad y luego hasta donde sean capaces de llegar. Y que su éxito genere un retorno a la sociedad al mismo tiempo que unos merecidos réditos para sus propietarios y administradores. Así, que ganen mucho. Todo lo que tengan que ganar.