La repregunta, un viejo arte en desuso

Repreguntar

Estos días hemos sabido de la muerte de David Frost, un periodista inglés que alcanzó gran prestigio por sus entrevistas, en especial por aquella a Richard Nixon. Y que dicen que dominaba magistralmente el arte de la repregunta. ¿Y eso que es? se preguntarán algunos, digamos nuevos en esto. Pues algo tan normal. En una conversación cotidiana, si vas por ejemplo a un restaurante y le preguntas al camarero si tiene provolone y te contesta “Sí, de pura estepa y buenísimos, pero no nos quedan, los traen por Navidad ”, entonces tú le explicas que te refieres a ese queso italiano que se sirve a la plancha. En un contexto más informativo, si se le pregunta a un cargo público cómo se han repartido las partidas del presupuesto de su departamento en el último año y responde que “los tiempos son difíciles pero nuestro compromiso es conseguir un reparto justo y equitativo que mantenga las prioridades esenciales de nuestra política encaminada al crecimiento”, se le puede solicitar al interpelado que responda a la pregunta con mayor precisión. Como en los tribunales o en los interrogatorios.

La repregunta puede parecer impertinente a veces, pero es la falsa respuesta la que incurre en una falta de respeto al periodista y a la audiencia que está detrás de él. Luego hay formas, hay quien las formula más amable o más sutilmente, a veces casi sin que se note –“si se lo pregunto de otra manera…” -o en el caso del restaurante, “¿y tendría algún tipo de queso fundido a la plancha?”. Y en cambio está el que te espeta un: ¿podría responderme a la pregunta que le he hecho, por favor? Sí, la repregunta es un arte, pero por desgracia un arte viejo y en desuso. En los tiempos que corren, y concretamente en la prensa de nuestro país, se practica poco o nada. En determinados ámbitos y sectores empresariales, digamos de no muy alto standing, al que pregunta en una rueda de prensa se le permite, por lo general, mantener el micrófono en sus manos mientras el portavoz en cuestión articula su respuesta, entonces sí tiene la ocasión de repreguntar si lo cree oportuno. Pero cuando se trata de altas instancias políticas y financieras, el aparato vuela, apenas te lo dejan para lanzar una pregunta rápida y después te lo quitan de las manos y ya tienes que callar para siempre. Claro que si la mayoría de las comparecencias de políticos ante la prensa –que no ruedas de prensa- no admiten preguntas, ¿cómo va a haber repreguntas? En las entrevistas, lo que se usa ahora generalmente son las cuestiones pactadas de antemano y sin salirse de la línea, cuando no directamente los cuestionarios por escrito. Y así no hay derecho de réplica que valga.

Pongámonos en el otro lado, en el del repreguntado. Sinceramente, si yo fuera el portavoz –o su responsable de Comunicación– me daría mucha vergüenza que me sometieran a ese grado. Porque si me repreguntan significaría que no he sido capaz de ofrecer una respuesta convincente a la audiencia que me está escuchando, cuando no que he dado la sensación de pretender ocultar algo. A la demanda de información hay que responder siempre y de la mejor manera posible. Y si no tenemos una respuesta medianamente digna en ese momento, es mejor decirlo claramente. Porque no sabemos, porque nos faltan datos, porque consideramos que no queremos entrar en ese tema, porque no es nuestra competencia o no es el momento. Pero más apropiado eso que pretender venderle una moto infumable, algo que sabemos que nadie se va a creer. Lo que pasa es que la mayoría de las altas personalidades públicas –fundamentalmente de la política- saben perfectamente que no les creen y les trae sin cuidado lo que se quede pensando el plumilla en cuestión. Les da igual porque ya han tomado la debida precaución y los medios para que nadie les exija una mayor concreción o, simplemente, que respondan a la puñetera pregunta que les han hecho. Y, por desgracia, la mayoría de los profesionales de los medios de hoy se conforman.

La repregunta hace valer el derecho del periodista a reclamar la información que demanda su público. Pero hoy día la prioridad de buena parte de los empleados de los medios de comunicación es guardar la ropa y procurar no soliviantar, o que no se soliviante quien en última instancia le puede mover la silla y la nómina. De hecho se sigue asistiendo a esos actos sin preguntas, a pesar de todas las campañas promovidas por figuras independientes y por asociaciones profesionales, que al final se han quedado en fuegos de artificio. Si hasta hemos llegado a aceptar que “comparezcan” a través de un plasma… La idea es que la información fluya del poder a la ciudadanía de acuerdo a un discurso uniforme y por canales perfectamente establecidos, y casi todos asumen que así sea y que no quepa nada a la improvisación. Y resulta que los sabios de esta profesión, Frost entre ellos, coinciden en que las mejores preguntas son siempre las que se salen del guión. Pero no hay… ni preguntas ni repreguntas ni de lo otro…

1 Comment

  1. Coincido contigo Enrique en que quedan pocos periodistas hábiles y ubicuos en el arte de la repregunta. Creo que en parte se debe (lamentablemente) a las pocas agallas o lo que es igualmente lamentable, escasa preparación de los preguntadores, que van con el speech de memoria, sin enterder realmente de qué c$%%& están hablando.

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