Jaque Mate al Derecho al Olvido

jaque mate al Derecho al OlvidoLa industria ha movilizado a sus torres, alfiles, caballos, y por supuesto a su reina, que no es otra que Google. Y enfrente, en realidad sólo había voluntariosos peones tratando de sostener a un rey decididamente débil. Todo parece indicar que el abogado general del Tribunal de Justicia de la UE, Niilo Jääskinen, acaba de darle el jaque mate al Derecho al Olvido en Internet. O ha abortado su nacimiento, pues como tal derecho nunca había llegado a existir, y era más una idea, un proyecto impulsado por comunidades de usuarios, empresas y particulares, y al que precisamente las instituciones europeas parecía que querían dotar de forma jurídica.

De hecho fue la comisaria europea de Justicia, Viviane Reding, una de sus impulsoras, a partir de aquella bonita frase que tantas veces hemos repetido aquí: “Los datos pertenecen a las personas y si un usuario quiere retirar del servicio datos que ha puesto, debería poder hacerlo”  y que venía a resumir el deseo de muchas personas y entidades: asegurarse de que puedan aparecer en la Red allá donde deseen, cuando quieran, de la manera que prefieran y ser relevantes por aquello que les interese. Y por lo tanto, tener la posibilidad de eliminar todo aquello que no responda a esas premisas, siempre y cuando dicha supresión no entre en conflicto con las libertades de expresión e información. Esto era, RIP, el Derecho al Olvido.

En esa misma línea, a principios de este año, –Europa y los datos personales en Internet– el Parlamento Europeo formulaba una propuesta para intentar limitar el uso que las empresas hacen, con fines eminentemente comerciales, de la información personal que los usuarios publican en Internet. La idea era elaborar un reglamento, a integrar en la legislación de cada uno de los 27 países de la UE, que amparase a los ciudadanos frente a las grandes compañías que ofrecen servicios y contenidos en la Red, en aspectos como permitir o no el uso de sus datos para determinados fines, la posibilidad de corregir o retirar esos datos, poder crear perfiles anónimos o disponer de interlocutores directos a los que poder dirigirse cuando tuvieran cualquier problema con su información personal.

Pero ahora ha llegado el citado abogado Jääskinen y ha roto la baraja, o más propiamente, ha finiquitado la partida. Determina que la empresa, en este caso Google, no está obligada a borrar la información sensible que aparezca en su índice de búsqueda. En concreto se refiere al caso de un ciudadano español, Mario Costeja, sobre el que hace 15 años se publicó un anuncio relativo a un embargo de bienes. A todos los efectos, esos hechos están ya olvidados y superados, pero Internet lo sigue recordando. Como él bien dice con humor, actualmente es divorciado y sin deudas, pero para Google sigue siendo deudor y casado. El dictamen conocido hoy no es vinculante, pero todo indica que la sentencia, que saldrá en unos meses, se mantendrá en esa tesitura.

Entonces, todas aquellas loables intenciones de las instituciones europeas por preservar el derecho de los ciudadanos a ser dueños de sus datos personales y protegerles de los abusos de las empresas, liberándoles además del oneroso tráfico de datos, se han ido por la borda. La sociedad civil que demandaba una solución a este problema se ha quedado sola. La jurisprudencia que este caso va a dejar supondrá una barra libre, o un “ancha es Castilla”, para que los gigantes de la Red hagan absolutamente lo que quieran con ese valiosísimo activo que hoy son los datos personales. Y poco o nada nos quedará que hacer.

Se trata de la segunda bofetada en escasos días –Cuando el espionaje ya no es romántico-, después de que la administración norteamericana –y poco después la británica– reconociera haber espiado a los ciudadanos a través de los datos que éstos confían a las grandes tecnológicas, y de que tanto Facebook como Microsoft corroboraran esa tesis, admitiendo haber facilitado esa información de sus usuarios. Lo llaman, o lo hemos pretendido llamar, Sociedad de la Información, como una nueva era en la comunicación, el intercambio y el acceso inmediato a todo lo que hay y lo que sucede en el mundo, salvando fronteras y barreras culturales. Pero en este nuevo escenario, con todos sus atractivos, ventajas y beneficios, no hemos hecho más que reproducir el mismo mundo como es. Y al final los fuertes siguen siendo los fuertes, todavía más, y los débiles seguimos siendo los débiles. Todavía más.

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