“Los tiempos son difíciles. El crecimiento económico está estancado. La factura de servicios públicos se ha disparado y sólo se prevé que seguirá creciendo mientras disminuyen los ingresos de la nación. (…) La conclusión: el país ya no puede permitirse el estado de bienestar”.
Estas palabras, que nos suenan tan como de hoy mismo y en palabras de cualquier ministro o alto cargo de turno, fueron formuladas por Margaret Thatcher en 1982, y las rescataba The Guardian en un artículo de finales del año pasado, recogido y comentado en la página Alta Eficacia. Aquí en España, la prensa conservadora y sus voceros se han llenado la boca y no han escatimado elogios a la recién desaparecida Dama de Hierro, ensalzando su energía y determinación, su firmeza en las relaciones internacionales, y el supuesto hecho de que levantó la economía de un país deprimido… Pero hay que contarlo todo.
En general, desde fuera las cosas se ven quizás más nítidas, pero con menos matices. Y las figuras políticas suelen tomar una dimensión muy distinta cuando se las analiza desde un plano internacional que cuando las juzgan quienes realmente las han disfrutado, asumido o padecido, esto es, los ciudadanos y los analistas de su país. Hoy una encuesta publicada también por The Guardian revela que, tres décadas después, el 34% de los británicos reniega de su herencia política, y el 70% le siguen reprochando que hiciera la vida más difícil a los más humildes, mientras aligeraba de impuestos a los más ricos. Por cierto, escucho también que los clubs ingleses de la Premier League se van a ahorrar el minuto de silencio para evitar dar pie a abucheos.
Otro dato que rescato hoy en la citada página reza que la pobreza en el Reino Unido se extendió del 9% al 24% de la población entre 1979 y 1990, los años que la señora Thatcher ejerció como primera ministra. Mientras de puertas a fuera el país transmitió una imagen de mayor preponderancia en el plano internacional –eso sí, decididamente anti-europeísta y pro Estados Unidos-, por dentro se generó un verdadero cáncer social, fruto de las políticas de drástica reducción de los gastos sociales –Sanidad, Educación y Vivienda fundamentalmente- y de la retirada de derechos y pérdida de poder adquisitivo de la clase trabajadora. Entre otras medidas, a ella se debió la creación de los contratos basura, que los empresarios de las áreas más industriales se apresuraron a adoptar.
Aquella Inglaterra que se desangraba por dentro fue bien retratada por el cine británico de la época (Ken Loach en elperiodico.com). Y tuvimos la ocasión de comprobarla en directo con motivo los continuos altercados y espectáculos bochornosos que casi indefectiblemente dejaban las manifestaciones deportivas en las que participaban equipos ingleses, fuera y dentro de sus fronteras, principalmente el fútbol, lo de Heysel como exponente más conocido. Pero hubo tantos más… Había nacido y se había desarrollado una clase proletaria –en el término más crudo de la expresión- extremadamente gregaria, amorfa y embrutecida, que básicamente trabajaba como animales y bebía exactamente como lo mismo, una vez a la semana según cobraba, y no se lo gastaba en otra cosa porque no le daba para más. No había casi otra razón para vivir ni tenía esa gente otra cosa en la que pensar.
Pero eso ni lo mencionan los que ahora evocan la figura de Margaret Thatcher y se afanan en engordar su talla política. Porque básicamente son los que defienden a ultranza las políticas que hoy se están ejecutando (elijo el verbo a posta) en España, y que vienen a responder a las líneas de discurso de hace 31 años con que abríamos este post. “Lo que nos ha costado 30 años conseguir, estos se lo cargan en uno”, lamentaba afligido y cada vez más debilitado de salud y moral el pobre José Luis Sampedro. Con tres décadas de retraso, en nuestro país se ha instaurado el thatcherismo, y la historia será la que cuente qué fue de nosotros y de nuestra sociedad.
P.D. No sólo los directores cinematográficos, sino numerosos artistas de los ochenta y noventa se erigieron en voz crítica a las políticas de la Thatcher y sus efectos. En 1990, como despedida cuando hubo de dejar el cargo, Paul McCartney le dedicó esta canción All My Trials sobre la ausencia de oportunidades, especialmente para la gente joven, en aquellos años. Hoy cualquiera podría firmarla aquí.
¡HIJA PUTA!
Personas como esta no debían nacer. Solo sirven para hacer daño a la Humanidad.