Fumatas y circos pasajeros

Ayer por la tarde, las ediciones digitales de los principales diarios ilustraban su primera plana con la imagen de una negrísima humareda saliendo de una chimenea decimonónica, que si no llegamos a saber de lo que estamos hablando, diríase que se estaban incendiando las dependencias vaticanas. Horas después, la verdadera fumata salía en el Camp Nou y era azulgrana, porque Su Santidad del fútbol, que no es otro que Messi, había salido a jugar ex catedra.

Escucho ayer que los cónclaves son la noticia más global que hay en el planeta, y tengo mis razonables dudas. No niego que antes, digo hace siglos, pudieran serlo. La elección del nuevo Papa tenía alcance mundial, aunque imagino que en algunos confines se enterarían semanas o meses después. Cristianos católicos los había por todas partes y se supone que les afectaba e influía. Y en según que casos y épocas, a los no cristianos también, claro. Posiblemente no había noticia más esperada ni decisión más trascendental.

Pero hoy, empecemos por constatar que a la propia población oficialmente cristiana y católica, en su gran mayoría, les da igual quién vaya a llevar el anillo de San Pedro durante los próximos años o décadas. Entonces no digamos ya a los demás. ¿Importa más al mundo la elección del nuevo pontífice que, por ejemplo, la del presidente de los Estados Unidos? ¿O los informes, vaticinios y demás homilías de los sacerdotes macroeconómicos? O… ¿fue ayer más global la primera fumata negra que los goles del Barça?

No niego que en su tiempo fuera un hecho de repercusión universal, pero lo que hoy queda del acontecimiento es el espectáculo. A los tres días de su elección habrá un papa con nueva cara y un nombre que la gente se aprenderá, que saldrá con asiduidad en las portadas de determinados periódicos, y la vida seguirá. No digamos la Iglesia dirigente, que seguirá con su discurso y su devenir, sus palabras y sus hechos.

Pero lo que hace que haya más de 5.000 periodistas destacados estos días en Roma es la parafernalia. El ritual, los procesos, del extra omnes al habemus papam, aparte las quinielas, las especulaciones en torno a algo que se supone estrictamente secreto, con todo el morbo que esas cosas provocan. Eso es lo que genera expectación. Tratándose además de un acontecimiento de periodicidad indefinida, que no se celebra cada año ni cada cuatro, como por ejemplo los Juegos Olímpicos. El último cónclave tuvo lugar en 2005, y el anterior data de 1978, año en que hubo dos. Con todo, en Londres 2012 hubo 6.200 periodistas acreditados.

Pero los medios se agarran al espectáculo, al circo cardenalicio. Para algunos, como ciertas televisiones locales, ojalá el cónclave se alargara sin fin, podrían seguir dedicándole telediarios completos, y qué mejor excusa para no tener que dar cobertura a otras noticias. Las radios dedican programas especiales, y ahí salen a hablar expertos, obispos y teólogos que se dan sus minutos de gloria, hasta el deán de la Catedral de Santiago departía ayer en una emisora gallega, ¿no era este el que estaba en medio del escándalo de Código Calixtino? Al final, todos pendientes del gol de oro, esto es, de la fumata blanca. Y una vez empiece el nuevo papado, se terminó todo. Esos misioneros seguirán trabajando entre el hedor y la sequedad perenne por aquellos mundos, olvidados, ninguneados, absolutamente ignorados. Como dijera aquel alcalde de pueblo de El diluvio que viene, son de la Iglesia, pero no “de la buena”.