El estado de la cocción

El estado de la cocción

 

Para que los huevos estén bien duros, hay que cubrirlos antes con agua fría y luego, una vez empiece la ebullición, cocerlos durante 10 minutos justos. Si nos pasamos, se les formará un halo oscuro alrededor de la yema. Si lo hacemos bien, ésta saldrá de un color amarillo pálido bien apetitoso.

Eso en términos generales y según dicen los expertillos en cocina. Luego, hay diferentes clases y naturalezas de huevo. Y por lo tanto no todos han de cocer lo mismo, ni el tiempo ni en la forma. Hasta los huevos son cada uno un mundo, y cada uno alcanza su mejor expresión a su ritmo. Del mismo modo, las sociedades, inmensas agrupaciones de decenas y decenas, claros, oscuros y con pintas, de granja o de corral, van adquiriendo su mejor gusto y consistencia a ciertas temperaturas. A riesgo quedarse blandas y poco hechas si se les retira del fuego antes de tiempo; o de ennegrecerse y echarse a perder si el cocinero se pasa de rosca o se le olvida cerrar la llave del gas.

Estos días se ha estado debatiendo el estado de la cocción. Como siempre, las posturas se van a los polos y cada uno entiende una olla diferente. Y hemos visto, claro, muchos huevos. Unos blandos, otros ciertamente pasados, de los podridos ni hablamos, y sin duda ha habido uno absolutamente duro y displicente que es el que dicen (“la prensa unánime”, según Telemadrid) que ha aprovechado el agua caliente para darse un reparador baño y ha enseñado su mejor yema, cuando se le suponía más verde y mustia que otra cosa.

Lo fastidiado del asunto es que, mientras todos estos huevazos no han dejado de mirarse, acusarse y pavonearse, y los huevines alelados que les miraban no han parado de abuchear o aplaudir a sus embriones de gallina odiados o favoritos, el agua sigue y sigue cociendo. Para muchos, hace mucho ya que superó no ya el punto de ebullición, sino con creces el tiempo máximo que indicaban las recetas.

Sucede que no todo en este mundo y en esta vida son ovomucinas, y ciertos ingredientes sociales a los que se pensó someter a un hervor rápido, se han socarrado de súbito hasta quedarse pegados al recipiente. Por no hablar de los que ya van absolutamente escaldados. Al ciudadano medio se le va pochando (cocinando lentamente) para que toda su sustancia se confunda con el medio, es decir, hasta que ya no le quede nada y todo el sabor lo disfruten otros. Las ilusiones se cuecen al vapor en la olla a presión que han puesto a calentar a fuego máximo. Y por cualquier calle antes animada y próspera, hoy no te queda más que asistir al deambular de proyectos escalfados.

Ellos en su huevera debaten sobre ese estado en envase hermético que llaman nación, y juegan a si ganan o pierden color, purgan sus manchas y piden a sus gallos que les canten y les coreen. Ahí fuera la cocción avanza apabullante, los ánimos se consumen y los tallos achicharrados crujen escocidos hasta el dolor. Pero de eso, ni noción. Manda… la receta aplicada según el manual.

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