Yo pensaba que Murray ya era más fuerte, tanto física –hizo la pretemporada en Miami, donde a veces se obran milagros- como mentalmente, después de haber conquistado el año pasado el oro olímpico y su primer grande en Nueva York. También es cierto que venía de disputar cinco sets el viernes frente a todo un Federer, mientras que Djokovic llegaba a este final descansadísimo, habida cuenta del paseíto que se había dado el jueves ante David Ferrer. Lo cierto es que el serbio ha sumado cuarto Open de Australia, desde luego el torneo que más ha enriquecido su ya importante cosecha.
¿Pues se acuerdan del primero que ganó? Fue en 2008, venciendo en la final a un emergente Tsonga, que había superado en semifinales a Nadal, mientras que él había doblegado en tres sets a un Federer del que se presumía el final de su reinado, de hecho ese año perdería a manos de nuestro Rafa el número uno que mantenía imperturbable desde hacía varias temporadas. Insisto, hace cinco años de aquello. Además de estos, en la élite de aquel tenis ya andaba Andy Murray, seguían Roddick, tenistas “guadiana” pero extraordinarios como Nalbandián o Davydenko, y proyectos rutilantes aparte del poderoso francés, como Berdych, Simon, Cilic, Youzny, Del Potro… una excepcional generación presente y una que se presumía parecida en ciernes.
Pero pasado este tiempo, ¿de quién estamos hablando hoy? Pues de los mismos, quiero decir los cuatro de siempre, ahora tres porque seguimos esperando al manacorí –hasta abril que empiece la temporada alta de tierra no sabremos realmente si volverá a recuperar su sitio entre los mosqueteros. Por lo demás, no sólo no han cambiado los nombres, es que Roddick se retiró, los guadianas ya desembocaron en el mar de la vejez y la dejadez, y de aquella legión de aspirantes hoy apenas sabemos de dos o tres, y la cuestión es que siguen siéndolo, es decir, ya nunca van a llegar a las cotas más altas, salvo eventual sorpresa o descalabro colectivo en alguna cita puntual.
Las aguas se han estancado en el tenis mundial. Y es que no se vislumbran en el horizonte jóvenes que vengan rompiendo –salvo que ande yo muy mal informado-, en noviembre vimos en París a Janowicz, un polaco que jugó fantásticamente hasta la final, pero aquí no ha pasado de las primeras rondas. Desde aquel Open de Australia de 2008, y salvo el Open USA 2009 que ganó Del Potro, los mismo cuatro se han repartido todos los demás grand slam, que se dice pronto. Y lejos de menguar, la diferencia entre ellos y los demás se ensancha cada temporada. No voy a decir que aburra, porque se trata de grandísimos tenistas, y para mí –aparte Nadal, claro- es sobre todo un verdadero placer seguir teniendo la oportunidad de ver a Roger Federer dando lecciones de maestro en el que se supone –aunque tantas veces supuesto- ocaso de su carrera. Pero que cansa un poco el panorama, también es verdad.