El Bar del Palace, un 1 de enero cualquiera

Hotel Palace 1-1-2013

 

 

 

No sé ya si es tradición o cabezonería. O bueno, que para preservar las tradiciones en cierto modo se necesita un punto de cabeza dura, que luego damos en llamar constancia o perseverancia. El caso es que un 1 de enero de 1992 se me ocurrió parar a tomar un algo en el emblemático, histórico bar del Hotel Palace. Que por otro lado ya conocíamos y sabíamos cómo las gastan, o bueno, lo que te gastas. Comenzaba el año de los JJ OO de Barcelona, de la Expo de Sevilla, aparte de otros proyectos ciertamente ilusionantes. Y allí estaban ya, enmarcadas presidiendo la barra circular, los versos que alguien dejó escritos en un papel y que rápidamente me aprendí de memoria: Alfonso doce de plata / vuela en la moneda blanca / de corcho y hoja de lata / mi cuerno de la abundancia / Me gasté en el bar del Palace / mis monedillas de aguaFederico. Claro, menuda clavada debieron pegarle al poeta granadino por una botellita. El caso es que pasé un rato tan a gusto en ese ambiente discretamente glamuroso, me envolvió de tal manera aquella atmósfera, ese piano llenando la mítica rotonda –a la que apenas tímidamente osé asomarme- que en ese momento hice un propósito, sí, de los de primeros de año. Cada 1 de enero que estuviera en Madrid me acercaría al Bar del Palace. Como el Concierto de Año Nuevo en Viena, como los saltos de esquí de Garmisch-Partenkirchen. De momento a tomarme una cerveza. Ya veríamos si alguna vez a desayunar, a cenar, pasar la noche allí, solo, con alguien, con familia…

Ayer estaba otra vez allí. No he faltado ni uno desde entonces, luego son ya 22 ediciones del día de Año Nuevo rindiendo visita y consumición al hotel de la Plaza de Neptuno. Nada ha cambiado prácticamente en el bar, salvo que al poema de Lorca le hicieron una fotocopia ampliada y también agrandaron el marco. Desde hace años no se permite fumar, antes incluso de que entrara en vigor la actual ley. He visto las resacas y las broncas de los ilustres camareros que entraban en el turno de tarde, que eran los que habían salido la noche anterior; el día que entraba en vigor el euro, al pagarle en mis restantes pesetas, el dispuesto camarero me anunció sonriente que iba a darme su primer cambio en la flamante moneda única europea… y tardó ni se sabe, se hizo un verdadero lío el pobre. He comprobado las diferencias entre ir a una hora u otra de la tarde, suele haber un momento en que aquello resulta tomado por familias enteras con niños, todos siempre con mucha sed, mucha prisa y se supone muy consentidos. He visto clientes distinguidos y auténticos gañanes, educadísimos y pesadísimos, venidos a más y venidos a menos.

Pero siempre he disfrutado de la visita. Me asalta una sensación especial cuando paro y pienso que otro año más estoy allí, como una misión cumplida otra vez. Eso sí, pese a mis soñadores planes fundacionales, por ahora no he pasado de tomarme un whisky. Por cierto, no hace falta ni pedir la cuenta, en un momento dado, y tú no lo has advertido, aparece plantada junto a tu vaso una sobria carpetita marrón alargada con el papelito dentro. Guardo con cariño todas las facturas, que no han cambiado de formato en este tiempo, excepto el sello cuando el hotel cambió de empresa propietaria. De las 492 pesetas que me costara la Mahou Cinco Estrellas del 92 a los 21,20 euros de un Jameson con hielo de ayer, eso sí, aderezado con avellanas, pasas, aceitunas rellenas y almendras fritas. Sí, hay meriendas más económicas y nutritivas. Pero un rato en el Palace una vez al año es un lujo del que, mientras pueda, no quisiera prescindir.

Hotel Palace bar, 1-1-2013

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