La Puerta de Alcalá en París

Puerta de Alcalá en París

Íbamos bajando desde Mont-Mâtre, así empezaba la canción de Mecano, pero en vez de la mirada fija en algún lugar, se nos iban a desorbitar los ojos. No en vano llevábamos cierta sensación de mosca tras la oreja y el eco de una risilla burlona que nos perseguía. Algo muy raro creíamos haber visto desde ahí arriba. Optamos por no parar, como pensábamos, en uno de los recoletos cafés de la rue de Steinkerque antes de tomar el metro en Anvers; directamente desembocamos en el Boulevard de Rochechouart, al doblar para tomar el de Clichy ya divisamos la Place de Pigalle. Y ahí estaba la Puerta de Alcalá. No es que nos lo dijera Ana Belén ni de que esa noche nos hubiera dado por canturrear los ochenta. Era la nuestra, la neoclásica de Sabatini construida bajo designio de Carlos III, que saludara a los que llegaran de Aragón, Cataluña o la misma Francia, que se convirtiera después en céntrico cruce de caminos ilustrados, aunque para algunos ya no sirviera más que para arruinar la vista de la “espléndida” Torre de Valencia, o para según quien un mero hito de paso para ir a festejar a La Cibeles. Era la auténtica y post imperial, en nuestras narices, en París.

Más que por la labor de pasmarnos estábamos por la de pasar a la acción. ¿Qué ha pasado, pero esto qué es? Encendido con cuidado el Android, que hasta entonces habíamos llevado rigurosamente en off, nos conecta rápidamente con Google News, solo que nuestros dedos nerviosos tardan en marcar la palabra o la sucesión de términos clave que nos den alguna pista. Nada. No hay más menciones que a un tal Juan Antonio Alcalá, un Remí Pigalle, y si pinchamos en búsqueda, pues las consabidas de Wikipedia, Booking o TripAdvisor, imágenes de postal, Le Moulin Rouge, marisquerías parisinas o la página oficial de la Universidad de Alcalá. Frustrados levantamos otra vez la vista y casi nos asusta la insultante normalidad con la que el monumento se levanta en medio de esa plaza canalla, los coches silenciosos que la rodean como si tal o el deambular de pasos distraídos e indulgentes, nadie presta atención al extraordinario fenómeno que tenemos ante nosotros. ¿Qué fue lo que tomamos en una de las terrazas detrás del Sacre Coeur, antes de que el camarero me devolviera la carpeta llena de papeles –menos mal- que alguien finamente me había sustraído sin que me enterara ni papa? Una cerveza cada uno, total 16 euros las dos. Para trastornarse sí, pero no tanto como para esto.

No nos quedaron ganas de cenar en París, sino de salir pitando al hotel, nada de preguntarle al taxista, a ver las noticias en el plasma de la habitación. Era jornada de Champions League, el PSG, el Olympique… una peli con Jean-Louis Tringtinant, un especial sobre Gilbert Beacaud, sesudos debates de gente muy seria con semblante grave, presentadores eminentemente guapos y presentadoras eminentemente de tout la vie… al fin TVE Internacional: salen Montoro, Mas y Pérez Reverte, que tiene novela nueva y está de campaña. ¿Llamamos a casa? Sí pero ojo, a alguien de confianza, que ni los tuyos ni los míos saben que estamos aquí. Con alguna excusa creíble, no vamos a adelantar nada no vayan a pensar que nos hemos vuelto tarumbas, si hay algo reseñable pues ya nos lo contarán: y en efecto hay noticia, ha refrescado en Madrid. No conseguiremos dormir esta noche de luna llena en que nos parece que todo ocurrió, y sentimos que alguien –no la fortuna- se está riendo de ti y de mí.

A la mañana siguiente toca volar de vuelta, se termina nuestro viaje furtivo. Pero de camino al De Gaulle, le pedimos al taxista nos dé una fugaz vuelta por Pigalle –¿Y quién va por la mañana a Pigalle? nos mira con sorna- por si todo había sido un sueño de locos sin fin, que eso, que eso es lo que somos tú y yo aquí y no hay La Unión que nos cante. En estos pensamientos dobla el taxi la Rue Blanche… y ¡coño, mírala! (esta vez debió ser Víctor Manuel), imponente y señorial, rotunda y nítida sobre la mañana gris. Y lo que nos seguía dejando fuera de juego: todo el mundo se comportaba como si todo esto fuera lo más normal.

No estábamos para hojear con soltura las revistas durante el vuelo, aterrizamos en Barajas sobre las tres de la tarde. Lo primero es lo primero, nada de vida social, se supone que en el trabajo nos están esperando a los dos, a cada uno por un lado eso sí, o tal vez no. Corre a por el coche, busca la ruta más corta, si por la M-30 salimos a O´Donnell vamos todo recto. Los atascos son de otra época que no volverá, cruzando a toda pastilla Príncipe de Vergara bordeando la verja del Retiro ya vemos al fondo… La Cibeles allá abajo. Acerándonos más se nos presenta frente a frente la terraza del Senzone, el Ramses… todo glamour y culto a don Perignon –qué ironías- en una plaza diáfana y abierta en canal, nada en medio ni por aquí ni por allá. Por entre los setos centrales circulan tranquilas bicicletas, por la calzada circundante se desliza el tráfico impenitentemente aburrido y por las aceras periféricas discurren ciudadanos absolutamente absortos y concentrados en sus iPhones, sus casquitos y su iMaginario mundo feliz. Apenas nos basta un segundo para mirarnos y advertir que, en efecto, ha refrescado en Madrid.

La Puerta de Alcalá está en París. Se la han llevado y no se ha enterado ni Dennis.

 

 

P.D. Por imperativo del guión y también un poco a posta, en este relato constan diversas referencias a célebres canciones de nuestro Pop de los 80, algunas muy obvias y otras, pues cada uno las sabrá descubrir Sonrisa

2 Comments

  1. Perdona Ofe, he tardado mucho en responderte a esto. Pues sí, hay tres muy evidentes: «Cenando en París» de Mecano, «La Puerta de Alcalá» de Ana Belén y Víctor Manuel y «Lobo hombre en París» de La Unión. Y luego hay dos más escondidas: «Veneno en la piel» de Radio Futura y «Bailando» de Alaska y los Pegamoides.
    Gracias, como siempre, por comentar.

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